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el ángulo oscuro

Pasarela del adefesio gabacho

Su pretendida transgresión no era sino mamarrachismo chillón

La depredación de la Universidad

Escenarios para Begoñísima

Juan Manuel de Prada

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Uno quisiera tener la pluma biliosa de Fernando Navales, el narrador de 'Mil ojos esconde la noche', para contar sus impresiones sobre la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos; pero no se puede tener todo en la vida. Nos advertía Goya que «el sueño ... de razón produce monstruos»; y el sueño de la razón ilustrada, más concretamente, produce las aberraciones más eméticas. Francia fue una nación elegida, tal vez la más bendecida por la genialidad artística; pero rechazó el don que había recibido, para terminar siendo lo que hoy es (como muy pronto lo seremos también nosotros), un muladar 'multicultural', un vomitorio donde el nihilismo y la fealdad, la frivolidad y la vileza, la inanidad y la sordidez entonan orgulloso epitalamio (que no es, en realidad, sino patético gorigori). Incluso sus mentes más agónicamente lúcidas –pienso, por ejemplo, en Houellebecq– no pueden hacer otra cosa sino patalear rabiosas entre detritos, porque –como decía el poeta– siempre la claridad viene del cielo. Y, allá donde se ha renegado del cielo, sólo se puede uno alumbrar con las llamas de infierno. La grandeza secular de la cultura francesa entró primero en una fase de hinchazón pomposa y decadente, después se llenó de gusanos y putrefacciones y, por fin, se derrama fétida sobre el mundo, como un saco de pus que revienta.

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