la tercera
Los séniores y el dorado
Las personas mayores, al igual que los adultos de edades intermedias y los jóvenes de ahora y de todas las épocas han necesitado siempre cuidados
Elogio de la fobiofobia
Votos por una justicia independiente
Josefa Ros Velasco y José A. Herce
El Dénia Festival de les Humanitats dedicó este año su edición de primavera a la exploración de «los límites del envejecimiento», aunque de límites, precisamente, nadie parece estar dispuesto a hablar. Durante su celebración, a principios de abril, los discursos que hicieron las delicias del ... auditorio –uno especialmente longevo, por cierto– fueron los que dibujaron la última etapa de la vida como el tiempo de la suelta del lastre que otrora impedía consumar las voluntades individuales. Triunfaron los que ofrecían la promesa del 'gran renacer' que acontece antes del 'gran final'. Los aplausos a la euforia desenfrenada ante la senectud destilaban un acuciante anhelo de esperanza, no obstante.
En el mencionado evento, la economista Ángeles Durán defendió los beneficios de mantener una «actitud positiva frente a la vejez», reconociendo que, en ocasiones, los mensajes 'edulcorados' –este adjetivo es de nuestra propia cosecha– que se trasladan a la sociedad sobre el empoderamiento sénior resultan útiles a la hora de lograr el objetivo de evitar el desaliento de los ancianos a medida que caminan hacia el ocaso. Imagínese el estereotipo de la 'silver economy': sonrisa 'profident', ella y él de la mano vestidos 'ad lib', de blanco Ibiza –para los inadvertidos–, paseando descalzos por una playa de rubia arena y suave mar…
Cabe no perder de vista que a los estudiantes de Economía se les enseña que las empresas ofrecen lo que las personas demandan o, para decirlo de la manera más llana posible, que no crean necesidades, sino que satisfacen las existentes. Al borde del abismo, uno lo que quiere es que le cuenten que la caída –si la hubiera– no será tan pronunciada como se sospecha, que el abismo es, en realidad, una playa ibicenca o, mejor aún, que no se empleen este tipo de metáforas tan desoladoras en su presencia. Quienes se encargan de cumplir los deseos ajenos han tomado en serio esta medida preventiva de la depresión en la tercera edad que se traduce en alimentar la fe magnificando las condiciones en las que algunos afortunados han alcanzado la ancianidad.
El ansia por abrazar la visión de la 'silver economy' –una que hemos fabricado para darnos ánimos frente a la vejez– convierte a los mayores en una mina de oro. Sin duda (diría el cínico), la etiqueta de 'silver economy' tiene que ver con el hermoso cabello que lucen muchas personas a las que la edad respeta esta seña singular de nuestra identidad. Aunque también puede que sea por lo que deslumbra el paso por caja de tropas ingentes de personas que luchan contra el paso del tiempo. El fenómeno sénior tiene tintes de plata y, si nos apuran, dorados. ¡Ah, la edad de oro!
Seamos sinceros con nosotros mismos. Sí, los ambicionados tintes de la 'buena vida sénior' iluminan a quienes están en condiciones de disfrutarla –al tiempo que hacen lo propio con las cuentas de quienes les suministran los sueños que ambicionan tras envolverlos en estratégicas campañas de márquetin–. Pero no todos la disfrutan. El fenómeno sénior es también la cara de la extraordinaria circunstancia de vivir cada vez más, aunque no siempre mejor. Esta es la cuestión que queremos destacar aquí, con perdón, es decir, que no todas las personas séniores viven bien. No hay que 'hundirse por' ni 'huir de' la realidad.
No todas las empresas proveedoras de bienes y servicios nacen del espejismo de los pretendidos nuevos «nichos de mercado», también las hay que cotizan desde la creciente necesidad de provisión de cuidados de larga duración en la vejez. En esto preferimos no pensar. ¿Quién quiere imaginarse tomando pastillas para el dolor en una residencia en lugar de tomando el vermut en un crucero 'luxury'? Fantasear con el crucero nos motiva a recibir la edad provecta, pero no parece conveniente, por contradictorio que pueda resultar, obviar que el proceso de envejecimiento, en un amplio número de casos, viene acompañado del deterioro y la dependencia que nos obligan a reajustar –por no decir directamente a rebajar– las expectativas.
Nos estamos alejando peligrosamente de la realidad –el uso del adverbio 'peligrosamente' aquí no es un mero recurso estilístico–. La 'romantización del envejecimiento' puede conllevar el que se olvide que muchas personas viven mal. Rematadamente mal. La soledad, la escasez de recursos, la enfermedad o la necesidad de cuidados de larga duración son condiciones, desgraciadamente, muy frecuentes y más apremiantes cuanto mayor se es. Y resulta que los remedios contra estas condiciones, que pueden llegar a ser muy severas, que ofrece la visión dorada de la 'silver economy', son muy limitados y/o inasequibles para la mayoría.
No queremos aguarles la fiesta, sólo queremos pedirles que se pongan en el lugar de estas personas. Nada más, siquiera por unos instantes. A ustedes, apreciados lectores. También a quienes interpelan a sus zozobras para dejarles con la miel en los labios o acrecientan sus sedes con promesas imposibles de cumplir. Asimismo, a quienes idealizan su propio porvenir sin reparar en lo frustrante que puede llegar a ser comprobar que no se está, después de todo, en el grupo de los séniores agraciados, de las 'súper-yayas' y los 'zorros plateados'. Les rogamos que, en su lugar, emprendan la compleja tarea de mantener los pies en la tierra sin perder la ilusión de vivir. Ser realista no está reñido con el optimismo, pero es incompatible con el pensamiento mágico.
Podemos fomentar la visión de una vejez, con todo lo que ello implica, en la que exista el júbilo sin necesidad de construir castillos en el aire ni de enriquecer absurdamente a las empresas. Una en la que se asuman las 'dificultades' de la edad, entendiendo estas como «demandas de cuidado». ¿Acaso no tiene toda edad sus 'patologías'? Las personas mayores, al igual que los adultos de edades intermedias y los jóvenes, niños y bebés de ahora y de todas las épocas han necesitado siempre cuidados. Sin embargo, hemos convertido nuestra interdependencia, pero sobre todo la dependencia de los mayores, en motivo de vergüenza. Matusalén, de quien se dice que vivió 969 años, también tuvo sus necesidades. Hasta Elvis, el viejo de la Sima de los Huesos pudo alcanzar la edad avanzada, hace medio millón de años, a pesar de ser dependiente, gracias a los cuidados que su grupo de 'Homo heidelbergensis' le brindó.
Envejecer significa también cohabitar con la pérdida, convivir con limitaciones, sin estigmatizarlas, sin esconderlas, en un esfuerzo constante, conjunto, de serena aceptación de las condiciones de la naturaleza humana.
es investigadora Marie Skłodowska-Curie Actions
es socio fundador de LoRIS
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