la suerte contraria

Vuestro Vietnam

El objetivo de la Flotilla no pasa por lo humanitario sino por redirigir la misericordia hacia el puño en alto

Giorgia, amor

Lost in Translation

Si Palestina es el nuevo Vietnam, la Flotilla ha de ser Woodstock. En el de entonces no apareció un Dylan cansado de los predicadores del amor libre, así que solo nos queda averiguar quién de todos es Hendrix. Quizá Guardiola. El resto hemos pasado de ... defender a los palestinos por compasión a tener que defender a la Flotilla por obligación, que es como pasar de defender una guardería a un 'reality show' semoviente. Y por ahí no paso. El objetivo de la Flotilla no pasa por lo humanitario sino por redirigir la misericordia hacia el puño en alto. Un puño por la paz no deja de tener algo de oxímoron, como el pacifismo a golpes de batucada. Ojalá la siguiente revolución cambie los tambores por arias de Verdi. En cualquier caso, lo que se busca no es la paz –exigir a Hamás que cumpla, libere a los rehenes y se vaya al vertedero de la historia–, sino el selfi moral, que es la versión extendida del selfi ideológico. Así que no se trata solo de salir guapo en la foto de familia de el-lado-correcto-de-la-historia, sino de abrir ventanas de comunicación, que dicen los cursis, para que el mundo se autodivida entre humanos e inhumanos, como cuando dos rebaños de ovejas se cruzan y, tras un breve momento para el caos, cada uno acaba por entrar en su propio establo. Yo, cuando veo abierta una ventana de comunicación, tiendo a defenestrar al que la ha abierto. Y cuando veo dos rebaños, empatizo con el border collie. Pero, en caso de dudas, conviene localizar el lado correcto de la historia para echar a correr hacia el otro. Indro Montanelli decía que en una caza de brujas siempre hay que ponerse de parte de las brujas. Y yo me pongo de parte de Montanelli.

En Woodstock, Hendrix tocó el himno americano como una elegía distorsionada: la 'stratto' blanca retratando la herida de un país en guerra consigo mismo. Medio siglo después, los nuevos Hendrix no sangran, posan; no buscan transformar el mundo, sino confirmar su reflejo en la pantalla. Cada generación necesita su Mayo del 68, su Sartre y un poquito de épica, porque cada generación necesita descubrir por sí misma la ley de la gravedad, la de la termodinámica y qué setas son venenosas. No sirve de nada que se lo digamos el resto, que les mostremos los libros, que les regalemos los mapas o que les mostremos el cadáver del último que quiso cocinar boletus de Satanás. Tienen que inventar el mundo ellos. Y si de lo de entonces nacieron los 'hippies', los 'beatnicks' y 'Apocalypse Now', de la Flotilla nacerá un pódcast, un documental de Netflix y un poco de ansiedad térmica. Porque entre tanto lío, tanta manifa y tanta flotilla se van a volver a olvidar de hacer la revolución pendiente.

Si Palestina es Vietnam y la Flotilla es Woodstock, las manifas son el público embarrado, es decir, los que miran, cantan el estribillo y vuelven a casa con la conciencia limpia. El resto somos el barro del espectáculo, los espectadores morales de una tragedia retransmitida en directo. Y a la que, por cierto, tampoco acudirá el nuevo Dylan.

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