LA SUERTE CONTRARIA
Contra el relato de la pandemia
Aunque en la mayor parte de los casos hubiera, de fondo, una buena intención, no podemos ocultar que, al priorizar el servicio público a la verdad pura y dura, en realidad, estábamos siguiendo el juego de las autoridades al no poder sospechar que, en esos momentos, alguien estuviera anteponiendo la propaganda y su propio interés a la salud y al bien común
El antisanchismo no es un proyecto
Una nueva generación cultural

Observo que a los medios nos ha dado estos días por recordar la pandemia, hablando desde una autocomplacencia cuestionable y reincidiendo en una serie de mentiras preocupantes. La mayor esa de «no se podía saber». Pero no la única, aún hay quien justifica las ... mascarillas en exteriores, los niños jugando al fútbol con bozal, la prohibición de entrar en tu propio país sin dos vacunas, los horarios para salir de casa según la edad, la obligación de desinfectarse las manos para combatir a un virus que viaja por el aire o la suspensión de nuestros derechos fundamentales.
Pero hay más, este tema ha sido un coladero de embustes, de abusos y de manipulaciones sin precedentes. La verdad es que tanto los políticos como los supuestos expertos, la prensa y la sociedad civil hicimos un ridículo antológico. Y lo seguimos haciendo. Y que los políticos tapen sus excrementos con arena entra dentro de lo esperable; que los supuestos expertos se acurruquen al fondo de su soberbia, también; y que la sociedad haya preferido olvidar, también, aunque cada vez esté más claro que, al no entender nada, no hemos aprendido nada. Y, como consecuencia, volverá a pasar.
Pero lo de los medios es otra cosa. Aunque en la mayor parte de los casos hubiera, de fondo, una buena intención, no podemos ocultar que, al priorizar el servicio público a la verdad pura y dura, en realidad, estábamos siguiendo el juego de las autoridades al no poder sospechar que, en esos momentos, alguien estuviera anteponiendo la propaganda y su propio interés a la salud y al bien común. Por no hablar de una trama de comisiones por la venta de esas mascarillas que, al principio eran malas -cuando no había- y luego imprescindibles -cuando no hacían falta-. Hemos sido correa de transmisión de una sucesión de mentiras interesadas por parte de unas autoridades a las que solo el futuro pondrá en el lugar que les corresponde. No solo desinformaron, sino que, además, se sirvieron de herramientas ilegales para limitar y suspender nuestros derechos fundamentales mientras los aplaudíamos por ello. La consecuencia la tienen delante: una sociedad anestesiada que sospecha de todo, que no tiene a dónde acudir para comprender el mundo en el que vive y que regresa al amuleto, a la superstición, a la oscuridad y al fetiche, que son a la vez causa y consecuencia del populismo y de un mundo convertido en una distopía puritana, neurótica y prenarcotizada.
La mentira institucionalizada da, como resultado, miedo. Y no hay nada tan potente como el miedo porque no hay nada tan libre. Una sociedad aterrorizada es una sociedad que toma decisiones de modo irreflexivo, precipitado e irracional y que se acuclilla debajo de la cama con las manos en la cara para no ver lo que se le viene encima. El poder político no solo no lucha contra ello, sino que lo potencia para avanzar sin obstáculos ante una soberanía pervertida por el miedo y la irracionalidad. Que cada uno asuma la culpa que le corresponde. Yo me conformo con no olvidar.
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