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Reflexiones en Praga

Nadie se fía de nadie y todo humano es un espía en potencia. Pero en los bares hay mesas largas compartidas y en los teatros sillas en filas

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Barrios de Staré Mesto y Malá Strana de Praga, dividida por el Moldava
José F. Peláez

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A Praga se entra o por la cerveza o por la cultura. Dicho de otra manera, hay que elegir entre abrir la puerta de la taberna o la del teatro. No son teatros como los nuestros, salas más o menos grandes de ... aire decimonónico, con pesadas cortinas sobre las tablas y lámparas de araña en el foyer. Se trata de pequeñas salas independientes, a medio camino entre el centro cívico y el contubernio bolchevique. Nunca sabes si la señora que entra por la puerta viene de comprar carne para el goulash o de venderla para el gulag. Tampoco los bares son como los nuestros y no hay cabezas de toros mirando cabezas de gambas. Los bares de Praga tienen a la vez algo de sacramento y de trinchera. La madera oscura te recibe como un confesor, las paredes guardan la pátina de los años y la conversación más valiosa es la que se mantiene con uno mismo. En Bohemia la alegría es un estadio privado.

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