la suerte contraria

El puente de Baltimore

Cayó el puente y cayó el símbolo, cerrando la trama de forma prodigiosa

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Alto el fuego

Si después de la primera temporada de 'The Wire' tu inglés acaba sonando a vivienda social y a cadáver, tras la segunda te sale un acento como de inmigrante polaco, algo a medio camino entre Wojtyła y Lewandowski. El desarrollo de personajes es tan ... magistral y el maniqueísmo tan escaso que David Simon logra lo que parece imposible, esto es, que el espectador genere empatía con todos los personajes, delincuentes incluidos. Hasta el punto de que cuando acaba la primera temporada piensas que traficar con 'crack' es lo normal, una opción más a valorar en la vida como, qué sé yo, ser técnico en energías renovables, maestro fallero, lateral derecho. Sin embargo, después de ver la segunda lo que te parece normal es el contrabando de contenedores llenos de droga que posteriormente venderán en la calle los negros de la primera. Y no solo te parece normal, sino que te acaba pareciendo una opción buena, lógica, moralmente intachable. Pareciera que el problema no es robar en sí. El problema es para qué se roba.

Precisamente el cuarto capítulo de esa temporada comienza con una conversación en Fort Armistead, desde donde Frank Sobotka observa el puente Francis Scott Key y un Baltimore más nublado de lo normal. La humedad se huele, como se huele el fracaso y el miedo. Sobotka es un líder sindical, pero también el tesorero de los estibadores del puerto. Es corrupto, pero corrupto de católicas maneras. Corrupto con motivo. Y tiene delante a Nick, su sobrino, que también es corrupto, pero sin culpa. Corrupto de segunda generación.

En la escena hay gaviotas, café hirviendo y una desesperación carroñera como de lunes en la clase media. Nick tiene ambición, pero no conoce las reglas del juego. Frank, en cambio, se las sabe de sobra: las escribió él. Y en esas reglas está muy claro que en el puerto se roba lo que él dice, cuando él dice y a quién él dice. Porque el objetivo de ese dinero no es otro que alimentar a sus familias, habitualmente desesperadas por la escasez de trabajo. Es decir: se roba, pero por los motivos correctos, que no son comprar un cochazo o impresionar a una chica tonta sino asegurar los intereses del puerto, el bienestar de su gente, el futuro del sindicato. O incluso poner una vidriera en una iglesia en honor de los estibadores polacos del puerto de Baltimore.

Ese puente al que miraba Sobotka no unía solamente una orilla con otra, sino también simbólicamente el problema con la solución, el pasado con el futuro, la Polonia del Telón de Acero con el sueño americano. Y debajo de ese puente Francis Scott Key, Sobotka acabará siendo asesinado por los jefes de la mafia griega, pagando así por los errores de su sobrino. El martes ese mismo puente colapsó tras ser embestido por un buque a la deriva. Cayó el puente y cayó el símbolo, cerrando la trama de forma prodigiosa. Ya no es solamente que Sobotka muriera debajo de su sueño americano, sino que, probablemente, el propio sueño americano ha ido a morir delante de la tumba de Sobotka.

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