la suerte contraria

Un país de cigarras

Subcontratamos el sol a sudamericanos para que se lo vendan a centroeuropeos

Nosotros, los superiores

El nuevo Movimiento Nacional

España es un país que vive del turismo, pero cuyos habitantes no quieren ser camareros. Batimos récords de visitantes, pero para atenderlos necesitamos importar mano de obra, porque los españoles no queremos poner cafés. España, así, se ha convertido en un lugar en el que ... extranjeros pobres ponen coca–colas a extranjeros ricos mientras los nativos miran el móvil. No es mala idea: tenemos el negocio alquilado, pero mantenemos su propiedad. Subcontratamos el sol a sudamericanos para que se lo vendan a centroeuropeos. El sol no es deslocalizable, así que nos quedamos con los beneficios, con las cotizaciones y con los impuestos, pero sin mancharnos las manos. Por eso da igual que el restaurante sirva hamburguesas, paellas o pizzas: el personal es el mismo, un plantel indiferenciado de colombianos, peruanos y venezolanos. Se adaptan bien, dominan el idioma y son buenos tratando con el público. Y, sobre todo, no tienen problema en pelar patatas y fregar platos para que nosotros, al otro lado de la barra, podamos seguir quejándonos de la inmigración.

Los jóvenes han decidido que esto no es lo suyo y es normal que los que trabajan en hostelería se vayan al paro en verano, simulando despidos para descansar, viajar y volver en septiembre con un nuevo contrato en el mismo lugar. Porque no hay mano de obra y, cuando eso sucede, la oferta impone sus condiciones a la demanda, que traga porque no le queda otra. Lo mismo pasa con los enfermeros. Los españoles abandonan esa profesión por su dureza e, incluso los que tienen contratos indefinidos deciden cambiar de vida y dejar paso a sudamericanos, que lo aguantan todo. Las bajas se disparan, sobre todo las de larga duración. La mayor parte por estrés, ansiedad y depresión. El absentismo se ha generalizado, las empresas empiezan a dar bonus a los trabajadores por no faltar al trabajo y algunos perfiles no contemplan más opción que el teletrabajo. No hay transportistas, trabajadores del campo, personal doméstico ni cuidadores de ancianos; no hay limpiadores de hotel, personal de construcción ni mozos de almacén. Lo que sí que hay es 750.000 personas cobrando subsidio.

Debido a las redes sociales, los jóvenes creen que los demás viven mejor de lo que realmente viven, lo que les genera frustración. Creen que vivir bien es lo mínimo exigible y que lo merecen, aunque no sepan ganárselo. Y exigen vacaciones en verano, en Navidad, en Semana Santa y en todos los puentes del año, para no ser menos. Y, de fondo, el lamento populista de vivir peor que sus padres –es falso–, pero sin ser capaces de asumir ni una décima parte de su capacidad de trabajo, de esfuerzo o de ahorro.

El 81 por ciento de los españoles apoyan una reducción de la jornada que no les suponga una reducción del salario. Es decir, el 81 por ciento de los españoles está perdido. Nos hemos convertido en un país de cigarras que mira con desprecio a las hormigas. Dicen que la crisis que viene en 2027 será histórica. Y el despertar de una generación, si es que llega, será terrible.

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