la suerte contraria
Leire
Leire ha vivido un sueño ocupando el lugar que construyó otra persona. Todo lo demás es literatura barata y libros de autoayuda
Agotados de esperar el fin
Han muerto cinco mineros
Saber por qué estás donde estás: ese es el mayor síntoma de inteligencia. Ser capaz de descifrar cuáles son las causas concretas, de discriminar cuál es el origen de la situación, de hallar el catalizador preciso de entre una jungla de posibilidades, como cuando ... en un texto en latín encuentras una palabra en acusativo e instintivamente buscas el verbo que lo llene de sentido. Ese es el cauce correcto. Lo contrario –vivir instalado en una experiencia puramente emotiva, como si los efectos nacieran por generación espontánea– es peligroso. Porque se percibe la vida como una experiencia abstracta que lo llena todo de mugre en general, como consecuencia de no haber entendido nada en concreto.
Ante ello solo queda enfrentarse a la realidad a través de la razón y de la inteligencia, como si estuviéramos fuera de la experiencia. Si lees a los grandes pensadores tendrás un apoyo intelectual y algunas armas para comprender la situación como un juego de causas y efectos, y no sólo de emociones sobrevenidas. Y si te has equivocado, empezarás a comprender dónde. Pero si no posees ese apoyo intelectual, simplemente te creerás sujeto a los azares del destino y de los designios de un dios caprichoso e imberbe, algo así como Sánchez tocando la lira.
Leire Martínez ha sido la cantante de La Oreja de Van Gogh durante diecisiete años. Pero lo fue porque no estaba Amaia Montero. Esa es la verdad. No fue la cantante porque fuera mejor, porque valiera más o porque 'se lo mereciera'. Aunque todo eso fuera cierto, seguiría sin ser la causa verdadera. La única causa es que se fue Amaia, o que Amaia no estaba en condiciones, o que Amaia no quería. Leire ha vivido un sueño ocupando el lugar que construyó otra persona. Todo lo demás es literatura barata, libros de autoayuda y sentimentalismos estériles. Hoy la veo por los periódicos, por los platós de televisión y por las radios repitiendo un discurso que le hace mucho daño y que es el discurso habitual con el que la sociedad dimite de su responsabilidad. Se le nota el resentimiento, el despecho y la necesidad de justificar, incluso ante sí misma, que el lugar que ocupó no fue un regalo sino un derecho. Y visto así, en lugar de vivir su situación como un regalo que –como todo– acaba, la vive como una injusticia que –como siempre– llega sin avisar.
Si uno es humilde, debería aceptar que ha estado donde ha estado porque le sonrió la suerte. Al menos si entendemos que la vida, como el latín, no siempre pone el sujeto en primer lugar, que a veces lo importante es el verbo que falta y que solo somos el acusativo de otra historia. Entender eso es inteligencia. Aceptarlo, madurez. Y dar gracias por lo ganado en lugar de por lo perdido, el camino a la felicidad. Porque comprender es perdonar y no se puede perdonar hasta que se consiga estar de acuerdo con la situación de modo cognitivo. Hasta que no puedas dar gracias a Dios por lo vivido y pedirle cartas nuevas. Quién sabe si ese será el principio de una canción nueva.
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