la suerte contraria
El hundimiento
La inmigración ni siquiera es un problema. Es una oportunidad que, en todo caso, debe ser gestionada, vigilada y planificada
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Por algún motivo, algún lumbreras en el PP ha decidido decir a sus ocho millones de votantes que no tenían razón, que se equivocaron y que tenían que haber votado a Vox, que eran quienes acertaban y no ellos; que da igual que uno de ... cada cinco trabajadores en España sea extranjero, que el 16 por ciento del crecimiento del PIB se deba a la inmigración o que su contribución al Estado con impuestos y cotizaciones sea superior a lo que reciben; da igual también que el 28 por ciento de los que cuidan a nuestros mayores o el 30 por ciento de los trabajadores domésticos sean inmigrantes. Y que sin ellos no habría mano de obra en el campo. Da igual que haya casi 600.000 autónomos, que todos sostienen con su esfuerzo las pensiones y que dinamizan sectores estratégicos como el turismo, inviable sin ellos. Da igual todo eso porque a alguien en el PP le ha entrado miedo a que su cuñado le llame progre en la cena de Navidad. Sus complejos han hecho el resto y optan por estigmatizar a la inmigración al asociarla a delincuencia y nos dicen que, desde hoy, es un problema. Pero la inmigración no es un problema; lo es la inmigración ilegal. No son un problema los inmigrantes; lo son los delincuentes. No existe un problema real con la inmigración en España; existen zonas concretas con problemas. Y deben ser afrontados.
Por eso comparto la propuesta de Feijóo de reforzar las fronteras y expulsar a los delincuentes. Pero no sus últimas declaraciones diciendo que la inmigración está «entre los tres problemas más urgentes de su agenda». Porque ni siquiera es un problema. Es una oportunidad que, en todo caso, debe ser gestionada, vigilada y planificada. Esa es la visión de un partido sensato y la postura de la mayoría de los españoles, entre ellos sus votantes, a los que han decidido abandonar por un cálculo errático y acomplejado. Si el PP compra la visión de la inmigración de Vox, no debe extrañarles que sea Vox quien se beneficie y ellos los que sufran el abandono por parte de sus votantes, que no quieren formar parte de un discurso aberrante, como el de sexar inmigrantes en función de su origen, primando a los que hablan español de los africanos. Lo hacen –dice Feijóo– para «respetar los valores de la libertad, la tolerancia y el pluralismo». Está bien: intolerancia en nombre de la tolerancia; uniformidad en nombre del pluralismo; discriminación en nombre de la libertad. Alguien debe recordarles que, en una democracia liberal, el límite para uno de Rabat y uno de Managua es el mismo: la ley. Dentro de ella, toda discriminación es una perversión. Y estaría bien que aclararan si lo que les molesta de los africanos es su nacionalidad, su raza o su religión. Para ver en qué parte del iliberalismo populista encajan mejor.
El PP ha caído ya del todo en los prejuicios. Abandonan definitivamente el humanismo cristiano y la lógica del crecimiento económico para entrar en la zona de peligro identitarista previa al hundimiento. Y dejando, de paso, a la España del 78 en una profunda crisis de representación.