la suerte contraria

Elogio del Falcon

Por supuesto, quiero que el presidente del gobierno de mi país vaya en ese avión a todos los sitios

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Yo quiero que el presidente del gobierno de mi país tenga un Falcon. Es más, quiero que tenga algo mejor, el Falcon no deja de ser un avión algo antiguo que necesita parar a repostar para ir a según qué lugares. El resto de presidentes, ... no, el resto siguen. Pero el nuestro tiene que parar a mitad de viaje porque somos Españita y a ver quien es el guapo que dice que hay que cambiar el Falcon por otro mejor. Un avión que, además, no tiene WiFi. Y el presidente del gobierno de España tiene que tener WiFi mientras vuela, es indispensable y a mí me da vergüenza que no pueda reunirse o ir trabajando porque en pleno año 2023 está incomunicado. A ver, que a mí me molesta perder la cobertura en el AVE, no me quiero imaginar si me pasara en un avión privado de camino a reunirme con Xi Jinping, que nunca sabes si va a comprar toda tu producción de soja o va a iniciar contigo una purga.

Hay que cambiar el Falcon por otro mejor. Y, por supuesto, quiero que el presidente del gobierno de mi país vaya en ese avión a todos los sitios, yo no me imagino a Biden cinco horas en coche para ir a un concierto de los Killers. El presidente es presidente siempre, no ocho horas al día. Y representa a mi país siempre, no cinco días a la semana. Por eso quiero que tenga siempre todas las medidas posibles de seguridad y unos medios al nivel que se le supone a una de las naciones más importantes de la historia y a la cuarta economía de Europa. Y una ciberseguridad de primer nivel. Y asesores. Y el mejor servicio. Y un catering de El Bulli.

También quiero que remodelen el Palacio de la Moncloa, que, cuando entras, no sabes si estás en un campus de la Universidad Complutense o en el inmenso vacío de una iglesia protestante. Quiero que se reforme la residencia del presidente del gobierno para que sea algo acorde al país que representa y que se convierta en algo que haga sentir pequeño al canciller alemán, que haga sentir culpable al presidente francés y haga que el presidente de México pida por favor que los aceptemos de nuevo como parte de España. Que tenga Picassos, Velázquez y Goyas, que tenga algo de El Greco, una primera edición del Quijote, una reproducción a tamaño real de la Pinta, la Niña y la Santa María, un busto de Ignacio de Loyola, otro de Lorca y otro de Guti –pido perdón, de antemano, a la defensora del lector–.

Y que le suban el sueldo, por Dios, que me da vergüenza que alguien con esa responsabilidad y que simboliza lo que simboliza cobre lo que cobra. Necesita mucho más y no por él sino por nosotros, por respeto a nuestra historia, a nuestro papel decisivo en la configuración del mundo actual y para que se entere cada mañana quién es, a quién se debe, quién le ha puesto ahí y quién le puede quitar cuando no esté a la altura de lo que representa. Quizá así consigamos acabar con el populismo resentido que le quiere ver en burra, pero, sobre todo, le haríamos entender de una vez la envergadura de eso que está a punto de rendir a un fascista de Waterloo.

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