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la suerte contraria

Las cotorras

En ocasiones confundí su lenguaje con un tipo de relincho, como si hubieran llegado de otro planeta para acabar precisamente a mi lado

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José F. Peláez

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Yo las oía –cómo no hacerlo– sin conseguir aislar mi mente de sus voces. Por un momento llegué a pensar que no había en el mundo artilugio alguno con la potencia necesaria para ocultar ese torrente de murmullos. Aunque es generoso llamar a eso murmullos. ... Esas mujeres berreaban y lo hacían sin parar. En ocasiones confundí su lenguaje con un tipo de relincho, como si hubieran llegado de otro planeta para acabar precisamente a mi lado, en Barajas, mientras su conversación se amplificaba en todas las colas y en todas las terminales. Posiblemente del mundo. No servían los cascos –esa potencia era sobrehumana– y ahora pienso que ni siquiera habrían funcionado esas máquinas de vacío que te hacen oír el sonido de tu propia sangre. Pocas personas logran enfrentarse a esa cámara, dicen que el silencio extremo es insoportable. Pero estas señoras podrían haberlo conseguido porque, a su lado, el silencio es solo una quimera, un animal mitológico, una rama más de la literatura fantástica.

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