la suerte contraria
Convivir con el odio
Si cumples con tu parte del trato y dices algo, necesariamente va a haber gente que no esté de acuerdo, que no te soporte o, directamente, que te odie
Del todo, con locura, para siempre
El taxista mudéjar
Decía Gistau que «la necesidad de amor lo mismo invalida para el poder, los matrimonios de larga duración y el periodismo de opinión». Es cierto. Los matrimonios que funcionan lo hacen porque trascienden el amor. Desde luego, no se puede ser tan inmaduro como ... para dejar algo tan serio como una familia en manos de algo tan azaroso e ingrávido como un sentimiento, que viene y va y contra cuyos vaivenes poco se puede hacer. El amor es algo que empieza y que termina, eso es todo. El problema es que sus consecuencias permanecen, por lo que conviene ser más serio que aquella mofeta francesa permanentemente enamorada y, en caso de duda, cerrar la boca y limitarse a cumplir con tu obligación, que es lo que hacemos los hombres en Castilla cuando no sabemos qué hacer. Que es casi siempre.
Más sencillo es verlo en el caso del columnismo. Yo no escribo para que me quieran. Mis afectos se mueven en el terreno de lo privado y ahí deben seguir. Yo escribo porque me pagan. Y me pagan por decir algo, no por resultar simpático. Si cumples con tu parte del trato y dices algo, necesariamente va a haber gente que no esté de acuerdo, que no te soporte o, directamente, que te odie. Si no tienes esa cuota de odio es que no estás diciendo nada. Y si no estás diciendo nada, no estás haciendo bien tu trabajo. O, peor aún, estás escribiendo para que te quieran, para que te aplaudan o para recibir palmaditas en el hombro. La aprobación del rebaño, el calorcillo de la gleba y la admiración de según qué tropa es el camino más rápido al desprestigio.
Y buscar el amor desesperadamente es comprar el fracaso a plazos, así en el columnismo como en el matrimonio. Pero quedaba la política para la triada de Gistau. Esta semana hemos comprobado de nuevo que Sánchez no va al Congreso cuando sabe que va a perder la votación. Simplemente no quiere que su imagen se asocie a la derrota, no soporta que le fotografíen cuando pierde, su autoestima se desmorona cuando no le quieren, como un niño frágil o como alguien que se viera a sí mismo como un líder profético en lugar de como lo que es, es decir, un hombre, solamente un hombre y que, como tal, a veces gana y a veces pierde. Y como en este caso ha perdido las elecciones, no es capaz de ganar casi nunca. Como aquellos jugadores de la selección de la España acomplejada, Sánchez parece derrumbarse cuando pierde. Le comen la moral, se viene abajo y su autoestima se tambalea. Y en lugar de madurar, tragar saliva, salir ahí a jugarse la femoral como un torero y demostrar liderazgo y personalidad delante de aquellos que se han dejado su prestigio para defenderle, se pone triste porque gran parte de España le odia y prefiere esconderse en casa antes que acudir al campo de batalla como el resto. Bien, él sabrá. Pero si algo tengo claro es que no se escriben cantares de gesta para los antihéroes y que Ferrer Dalmau no pinta cuadros de desertores. Vamos, que a la larga no hay peor manera de conseguir el amor que no haber sabido convivir con el odio.
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