la suerte contraria
La cabaña del tío Tom
Para un socialista, romper con el partido es romper con todo, con su familia, con sus amigos, con sus entornos
El asquito (10/9/2023)
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Iniciar sesiónDice García Domínguez que Cercas es nuestro tío Tom, ese charnego capaz de perdonar e incluso amar al amo que lo esclaviza. El amo es la ultraderecha catalana, claro. Esa excrecencia. El símil es perfecto –José es un tipo brillante– pero a mí Cercas y ... todo el entorno del PSOE me recuerdan más a Stevens, aquel mayordomo que sirve diligentemente a Lord Darlington mientras este traiciona a su patria en 'Lo que queda del día', la obra maestra de Isiguro. Sobra decir quién es Lord Darlington. Y sobra decir quiénes hacen de Stevens, ese personaje reprimido, atormentado y solitario que contribuye al mal desde las más nobles intenciones.
El PSOE está lleno de Stevens, de personas con estructuras mentales que les impiden verse a sí mismas como protagonistas de la historia y que intelectualmente se limitan a ser mayordomos de los que mandan. Son ajenos a las decisiones, que es algo que les correspondería tomar a otros, negando así su dignidad, su libertad, su identidad y mostrándose incapaces de tomar conciencia de la responsabilidad que subyace en su disciplina lanar. Porque una persona del PSOE siente que lo que le pasa al partido le pasa a él en primera persona. Se siente parte, el partido es él, él es el partido y corrige su rumbo las veces que haga falta, como buen vencejo. A una persona de derechas, en cambio, lo que le pase al partido al que vota no le importa lo más mínimo, es algo que no le concierne, que no va con él y cuyos problemas son 'business as usual'. El voto sirve para llegar al poder y, desde allí, contribuir como buenamente se pueda a poner en marcha una serie de medidas que se alineen en mayor o menor medida con sus intereses, fundamentalmente –pero no exclusivamente– económicos. Eso es todo.
Pero para un socialista el partido no es algo instrumental sino un fin en sí mismo. El PSOE es un proyecto de salvación. Por eso vemos a González, a Guerra, al expulsado Redondo y a esa panda de díscolos con tan buena fama entre la derecha admitiendo, sin avergonzarse, que siguen votando a su amo; que, a pesar de todo, quieren que gane el PSOE; y, por supuesto, que ellos siguen siendo de los buenos, es decir, 'de los nuestros'. Para un socialista, romper con el partido es romper con todo, con su familia, con sus amigos, con sus entornos y, en muchos casos, con su fuente de ingresos. Pero, por encima de todo, con el lugar correcto en el mundo. Por eso no son capaces de abstenerse o de pensar que, puntualmente, el modelo en que creen está mejor defendido por el centro-derecha. Nada, para ellos, la mejor opción en julio ha seguido siendo Sánchez, han contribuido a esta situación con su irresponsabilidad y han habilitado los pactos con Frankenstein que, media hora antes y después, criticaban. No se diferencian tanto de Loles León, que dijo que ella votaba al PSOE porque es lo que votaban su madre y su abuela. Se ve que el voto se hereda –como la diabetes–, que la lealtad no cambia de bando –como Stevens– y que Ferraz es solo 'La cabaña del tío Tom'.
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