LA HUELLA SONORA
Burgueses de París, bohemios de Madrid
«Si un día hubiera una exposición sobre la España de 2025 me temo que tendríamos que conformarnos con mostrar una sala vacía rodeada de artistas mirando el móvil»
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Iniciar sesiónEn el Thyssen, a catorce pavos, 'Proust y las artes', una exposición que pretende mostrar la importancia de las artes en la literatura de Marcel Proust, pero que se queda en una sucesión algo apelotonada de cuadros impresionistas y de escenas del París ... de principios del siglo XX. Aunque es posible que esté exagerando: en la expo hay más que eso. De hecho, no está mal. Y ahora que releo el folleto creo que quizá no le haya sacado todo el partido, pero, desde luego, no pienso pagar otros catorce euros para comprobarlo. Y, aunque así fuera, creo que seguiría faltando algo. Y también sobraría. Lo que falta es 'storytelling' y lo que sobra es gente. Empezando por lo último, es insoportable ver una exposición junto a tantas personas. Sobre todo, si hablan a esos volúmenes, que parecía que estaba viendo aquel cuadro de Madrazo junto a María Jesús Montero. No sé qué ha pasado para que hayamos dado por hecho que en los museos se puede hablar como si estuviéramos en la pescadería. Y no precisamente los más jóvenes, por cierto. Y siguiendo con el otro punto, falta 'storytelling', relato, hilo argumental, itinerario, una explicación más trabajada de las influencias de la pintura en la literatura de Proust para no quedarnos en la mera colección de escenas parecidas y de coincidencias artísticas en el espacio y en el tiempo. Aun así, salí con París en la cabeza, el París burgués de los colores pastel, los salones aristocráticos, los círculos cultivados y las clases altas decadentes a las que Proust primero psicoanaliza y después entierra.
Y me fui a Malasaña. En el Museo de Historia de Madrid, por la filosa, '¡Viva la Bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria', una exposición fabulosa que recoge la historia de la bohemia, la golfemia y las buhardillas del Madrid de principios del mismo siglo. Si una expo es París, la otra es Madrid; si una huele a colonia, la otra huele a miseria; si una retrata los salones, la otra pinta los cafés-asilos y si una recoge la decadencia de las clases altas, la otra se centra en las humedades de los bajos fondos. Hay un hilo invisible entre las dos exposiciones: ambas muestran la Europa entre 1900 y 1920. Y, además, dialogan entre ellas, parecen la cara y la cruz de un mismo momento. Pero, sobre todo, las dos muestran el reflejo de su momento en el arte y recuerdan cómo pintura y escritura -también columnismo, en el caso español- son espejos de la sociedad en la que viven. En un mundo sin algoritmos, la inspiración eran los ojos de la gente, las escenas costumbristas que encienden la llama creativa y la realidad como fuente de investigación.
Mientras caminaba hacia casa, pensaba en el legado que nuestro tiempo dejará al futuro. Pocos observan ya la realidad y la mayor parte aspira a destruirla; pocos interpretan lo que ven y casi todos se limitan a rumiar comida ya deglutida, la realidad de otro, un sustantivo que ya lleva los adjetivos. Mi tiempo desprecia la realidad para quedarse en lo simbólico, huye de lo que puede detectar con los sentidos para centrarse en las conclusiones precocinadas. Mi tiempo usa los pinceles, pero para pintarse la cara con colores de guerra. No sé qué seremos capaces de mostrar al futuro, pero si un día hubiera una exposición sobre la España de 2025 me temo que tendríamos que conformarnos con mostrar una sala vacía rodeada de artistas mirando el móvil. Y el público, mientras tanto, pagando por hacerse selfis. A todo eso lo solíamos llamar 'Cultura'.
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