La Huella Sonora
'Los años nuevos'
La serie descansa en la profundidad psicológica, la elegancia teatral, la radicalidad en la apuesta y en una mala leche muy sibilina
Una generación sin conexión
La tradición según Tangana
Supongo que no estamos acostumbrados a dedicar diez horas de nuestra vida para ver cómo alguien describe a nuestra generación como a una completa basura. Y, la verdad, tampoco había que hacer grandes esfuerzos, solo se trataba de poner una cámara en el comedor de ... las Nocheviejas de unas familias desestructuradas, en una fiesta con olor a cadáver en Legazpi, en una 'rave' degradante y narcotizada en Berlín o en la habitación de un hotel-trinchera en el barrio de Salamanca. Y, desde ahí, dejar que el guion fluya entre la neurosis, la mediocridad y la falta de rumbo de unos personajes bien construidos y con unos arcos narrativos magistrales. No es fácil, digo. Y quizá ese sea el motivo por el que nadie lo había hecho hasta ahora. O, para ser más riguroso, nadie lo había hecho dignamente. Porque la manera más evidente y vulgar de criticar al entorno podemita-malasañero, la más facilona, esa idea que te sale la primera –y que, por lo tanto, hay que descartar– es la mofa, el desprecio y el dedo puritano que apunta y que juzga con crueldad desde lo intelectual, desde lo político, desde la superioridad moral. Y, sin embargo, Sorogoyen demuestra que funciona mucho mejor hacerlo desde la piedad, el respeto y la ternura. Y que no hace falta meterse en lo ideológico para entrar en política: es más inteligente hacerlo hablando de amor, de mujeres inmaduras y de hombres aterrados y débiles que se preguntan unos a otros si serán buenos padres mientras se meten la última raya.
«Es posible que seamos una basura, sí. Pero, gracias a Sorogoyen, seguramente no haya basura más bella»
El resultado es 'Los años nuevos', una genialidad narrativa, con varias capas de genialidad superpuestas y que gustará más a los lectores que a los cinéfilos. Porque descansa en la profundidad psicológica, la elegancia teatral, la radicalidad en la apuesta y en una mala leche muy sibilina. Porque no me digan que no es una obra maestra de la propaganda poner a Benjamín Prado en el papel de padre cobarde, ausente, poeta aficionado y un poco flipado. Solo faltaba Monedero de profesor idiota. Y, desde luego, se agradece la calma para contar lo que se quiere contar sin límite de páginas o de metraje. Yo mantengo a duras penas la atención en las series de acción, esas con argumentos rapidísimos y personajes sin desarrollo. Necesito tiempo para pensar, para entender lo que me están contando y conectar con ello desde lo intelectual, pero también desde la sensibilidad. Y esta serie es diferente, como cuando en el medio de una sala de pintores figurativos te encuentras con Rothko y te pones a pensar en la existencia. Y si 'Los años nuevos' sugiere algo es precisamente tristeza, melancolía y desazón al ver a una generación que fracasa en lo más íntimo y que nos recuerda que uno no puede escapar de su entorno. Lo decía Scott Fitzgerald: el pasado nos atrae incesantemente como un barco contra la corriente. No hay escapatoria, todo se repite, las filias, las fobias, las mujeres malas, los hombres débiles, los lunes por la mañana, las bocas secas, la soberbia como causa y consecuencia de la soledad y la ausencia de plan vital
'Los años nuevos' es una obra generacional. Su estética gris, ese Madrid alejado de la belleza, la banda sonora como una mano que te tapa el sol y el fracaso haciéndote los coros. Es posible que seamos una basura, sí. Pero, gracias a Sorogoyen, seguramente no haya basura más bella.
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