LAPISABIéN

Ozores, Ábalos

Ese español es una especie inextinguible

Las chanclas con calcetines

La vaticanista

Un tubo de cubata dulzón y cargado, un cenicero más caliente que ese cenicero en un bingo, y las primeras luces de neón que le hacían chiribitas a Alfredo Landa. Un pezón que asoma, una Costa del Sol que se muestra como un edén ... en la España que vive algo de la libertad tantos años burlada. Pajares, Esteso y Landa en color, iluminando la pantalla de la reposición como Goyanes iluminó las suyas décadas antes con Marisol pluriempleada. Y yo, que estaba en Torremolinos, ese lupanar de Singapur a medio camino entre Mijas y Nueva York, de niño, viendo las películas de Mariano Ozores entre los jazmines que aireaban la noche al sur.

Era verano, y TVE no tenía reparos en programar aquellas películas que eran reflejo de un tiempo y de un país. Las de Mariano Ozores y toda la 'troupe' que manejaba el genio recientemente ido. Fueron mis primeras películas y solo por eso les guardo un cariño propio e impropio. Yo me fijaba en el fondo que daban de aquella España, que parecía Miami, y con esos primeros rubores me tapaba los ojos cuando salían esos mitos del destape que ya, en mi infancia, eran mitos caducos y habían decidido inmiscuirse en películas más de arte y ensayo. Esa vergüenza retrospectiva que les atacó a las que fueron bellezas al aire de la flor de su secreto. La vedete que creyó volverse más digna que sus compañeras poniéndose un jersey bajo la trenca.

Quince años después seguían esas películas, que hoy son de culto, en la programación más canalla de la televisión. Olía, sin oler, a Brummel, a español en celo, y nadie se veía sometido a ningún juicio moral por la alegría de trazo grueso. Eso llegaría después, cuando el cine español empezó con la retahíla de la trascendencia y el ciclo interminable de la Guerra Civil. Cuando la nostalgia de ese cine me entra, me leo la vida y obras de Ábalos en un karaoke y sé que no todo está perdido: que el español de Ozores es una especie inextinguible allá donde unas luces llamen a la algarabía de la sordidez. Jésica es la musa de la España que nos va quedando a los contribuyentes.

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