23-F

Nadie hablará de aquellos días, cuando en la víspera hacía frío y, en Argentina, Maradona debutaba con Boca y las radios daban lo que se podía. Jugándose la vida, algunas, y sin las conspiranoias de los conmilitones de J.J. Vázquez.Muchos, mayores que yo, recordarán a un tío barbado que apareció por la casa de la hermana con algunos libros que rompió entre lágrimas de miedo. Pocos rememorarán a Juan Carlos con uniforme de Tierra, enhiesto, como pocos rememoran a Felipe VI cuando el otro golpe, el que ha quedado en nada gracias a la dinastía huera del sanchismo. Cuando en Barcelona los racistas, los que dice Iglesias que son pacíficos, se dieron a la guerra de guerrillas y los jóvenes gamberros se orinaban encima de tantof fuego y espoleados por la 'tieta'.

De esos dos discursos reales me voy acordando. Peno de que, como a Valle, me falló la época y tengo una remembranza de aquel febrero en el que me faltaban cuatro años para nacer. Del mismo modo que cualquier 'millenial' desconoce, aquí y ahora, lo cerca que estuvimos del desfiladero un febrero del 81 y un otoño de 2017.

La Historia es la que es, y la mayúscula está justificada. Por los héroes reales y por otros, que acogieron con mantas y café a quienes buscaban refugio la noche de los transistores. Se vio la chaqueta chillona del Butano en el Palace. Desfilaron mostachos de antaño. Juan Carlos ahí, como su hijo cuando Puigdemont, se ganaron la jubilación. La que quieran. A un titán no se le puede asaetear por un borrón. Es casi un delito de odio retrospectivo.