EN OBSERVACIÓN
Síndrome de Feijóo y vértigo vicario
Nuestra masa crítica y visionaria se cura en salud con predicciones tremendistas
Fuese Morante y no hubo nada
Sánchez en las Azores
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Iniciar sesiónAcuñado y descrito por Mark Johnson, responsable del Cambridge Political Psychology Lab, en la literatura médica se conoce como síndrome de Feijóo a ese temblorcillo que le empieza a entrar a uno por el cuerpo cuando con todas las papeletas para llevarse algo la gente ... se pone a murmurar por detrás para provocar una desconfianza que, inducida y malintencionada las más de las veces, termina por afectar al sujeto hasta hacerlo caer con todo el equipo. Desde que Johnson publicó su tesis en el 'International Journal of Social Psychology' no han sido pocos los científicos que han restado valor a una investigación que consideran ayuna de rigor, viciada por sus taras metodológicas y carente de cualquier recorrido terapéutico, pero que no tardó en calar entre un populacho que no se había visto en otra desde lo del síndrome de Estocolmo y que lo aplica con la naturalidad visionaria de quien ya decía él lo que iba a pasar.
—Ya verás tú el hostiazo que se va a meter este en cuanto se descuide un poco... Está lo mismo que Feijóo la víspera del 23-J.
Para eso ha quedado el síndrome, como el de Estocolmo, para reírse de la gente. 'Bullying' le dicen en los colegios. Sin protocolos.
Aquel «Ánimo, Alberto» con que Pedro Sánchez quiso inducir en el sistema nervioso del líder del PP el síndrome definido por Mark Johnson –de efectos inmediatos en la persona parlamentaria de María Jesús Montero, marioneta espasmódica del humor inteligente– no solo fue una ocurrencia del club de la comedia sanchista, sino la traducción simultánea del runrún del recelo que con tendencia galopante circula por los mentideros en vísperas de que Sánchez vuelva a comparecer ante la nación para hablar de sí mismo en uno de esos discursos en los que España no pasa de ser el sujeto vicario y el rehén de sus maquinaciones. España, dice, y se pone a hablar de él.
Como aquí hemos pasado de lo virtual a lo vicario –la violencia machista, el Papa de Roma e incluso Arantxa Sánchez, la del tenis, son vicarios, como dicen ahora los Mossos que fue la caída senderista del fundador de Mango–, tenemos a un paciente que muestra síntomas de padecer el síndrome de Feijóo –recaída en la terminología de los catarros y de las elecciones anticipadas– y a una masa crítica y de croquetas que le induce el trastorno a través de sus comadreos prospectivos, publicados como una cura en salud ante posibles traspiés.
Fueron tantas las campanas lanzadas al vuelo en vísperas de aquel mal domingo de julio de 2023, exceso de confianza e infravaloración del rival, de lo peor que uno se pueda echar a la cara y la urna, que el vértigo, también senderista, de la derrota o de la amarga victoria pepera con que tantos analistas especulan estos días no es sino una manifestación vicaria de su propio desasosiego, no vayan otra vez a hacer el canelo, y delante de todo el mundo, como la otra vez, con unas previsiones hilvanadas por la lógica electoral y el instrumental demoscópico y no por la surrealidad que fabrica el ventrílocuo que, con ademanes de José Luis Moreno, pone la voz de España en el plató de La Moncloa. Acojonados los tiene, no a Feijóo, mucho ánimo, sino a los videntes que trasladan al líder del PP su yuyu vicario, por Sánchez-Vicario.
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