EN OBSERVACIÓN
A cada Sánchez le llega su Ventorro
Prevenir después de enfermar es la solución presidente del Gobierno a los males de Carlos Mazón
Maldito sea
Bad Bunny en la Caja de las Letras
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Iniciar sesiónLa Confederación Hidrográfica del Tajo coloca hoy en la fachada de la sede socialista de la calle de Ferraz una de esas placas conmemorativas que tanta curiosidad despiertan entre vecinos y forasteros, según pasean y se topan con un pedazo metalizado de nuestra historia compartida ... . «Hasta aquí llegó el agua», pone en la chapa, cuya ubicación definitiva aún está en discusión. «Más arriba», dice García- Page. «Más abajo», tercia María Jesús Montero, señalando el zócalo. «Eso es poco, chiqui», apuntan los albañiles, 'in vigilando'.
Si Carlos Mazón, el del barranco del Poyo, estaba de sobremesa en El Ventorro cuando lo de la riada, Pedro Sánchez desayunaba como si tal cosa en La Moncloa –junto a Begoña Gómez y entre ejemplares de la prensa internacional y de los seudomedios de Madrid, epicentro del fango– mientras la Banda del Peugeot volcaba la hormigonera de las obras públicas. Hay evidencias documentales del Ventorro sanchista: la serie 'Las cuatro estaciones' incluye una prueba de la pachorra presidencial, indiferentes el doctor 'cum laude' y la catedrática extraordinaria ante la actividad desarrollada por su cuadrilla del arte. Eran las nueve y todavía no habían probado bocado.
Si juzgamos a Mazón por El Ventorro, procesemos a Sánchez –habas partidas– por su sobremesa doméstica. Si pedimos la dimisión del presidente valenciano por su desahogo durante la dana, hagamos lo propio con el jefe del Ejecutivo por su inacción frente a la tormenta José Luis, bautizada por la Organización Meteorológica Mundial en homenaje al tío político de Miss Pendrive. Si en Valencia dimite la consejera que no sabía enviar alertas, en La Moncloa debería cesar, por analogía, la encargada de pulsar el botón de la luz roja e intermitente contra la corrupción que iluminó el camino de Sánchez a la cama donde dormía Rajoy. Y si todo este aparatoso tinglado gira, como dice ahora el presidente del Gobierno, alrededor de la industria de la prevención –nuestro quinto sector, articulado a través de los más variados observatorios, agencias, miradores, telescopios, prismáticos, mapeos, puntos violeta o sistemas de seguimiento– tan culpable o inocente es uno como otro, cada cual en su barranco. En definitiva, y sin dejar el campo de la condicionalidad y la equivalencia, si para librarse de toda sombra de sospecha Sánchez anuncia un 'paquete potente' de medidas para prevenir la corrupción, la misma que iba a erradicar cuando juró bandera y moqueta hace siete años, Mazón no tiene más que extrapolarlo a su coyuntura ventorrera y santas pascuas.
Los «mecanismos de alerta temprana», los «mapas de riesgos», el «análisis de datos avanzados para detectar vulnerabilidades» o la «inteligencia artificial para optimizar la identificación de patrones anómalos» –farfolla sanchista contra la corrupción– conforman el marco incomparable al que adaptar, sin necesidad de tocar una sola coma, el lienzo de la riada que cogió a Mazón a mesa y mantel. Eran las seis y pico de la tarde y todavía no le habían puesto un chupito.
—Mira lo que dice aquí, Begoña –se escucha a Sánchez en un diálogo suprimido, enmienda a la totalidad, de la escena del desayuno–: «Los pillan robando y el jefe de la banda se pone a hablar del tiempo«.
—Habló de puta la Calderona.
—Habló de chaperos la de las saunas.
Fuera del Ventorrillo llovía a mares.
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