EN OBSERVACIÓN
Posverdad, posmoral
El sanchismo no solo existe, sino que es compartido por la mayoría social
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A la altura del 40 por ciento escrutado, Cristina Narbona no quiso esperar más, pidió un Glovo, adecentado por la 'ley rider', y con las botellas de primeras marcas que había encargado se puso a servir cubatas en la sede del PSOE. «Eso es poco, ... chiqui», dijo María Jesús Montero señalando el vaso de cartón –medio lleno o medio vacío, el relativismo es el padre del sanchismo– que le habían puesto. Hasta arriba. Su baile de San Vito, de los Corleone de toda la vida, sobre la tarima de Ferraz fue la mejor expresión de una forma de entender la política que formuló Rodríguez Zapatero y que no solo ha calado los cimientos de la sede socialista, sino que ha empapado de alcohol lo que la izquierda entiende por 'mayoría social'.
No puede entenderse la transustanciación de la derrota socialista en victoria de progreso sin atender a la evolución de los lemas que los votantes del PSOE han gritado de forma más o menos espontánea ante su sede desde 2004, cuando Zapatero tocó pelo. «No nos falles», coreado entonces por los simpatizantes socialistas ante su flamante mesías, concentró hace casi veinte años toda la inocencia y la ilusión de un electorado que aún no había mordido la manzana del árbol del bien y del mal y cuya candidez resulta hoy entrañable, incluso deseable. En 2019, el clamor machacón que sonó en Ferraz fue ya muy distinto. Debutaba Pedro Sánchez, que fue todo oídos para entender el significado de aquel «Con Rivera no» que trazó un punto de fuga hacia el actual e implícito «Con Otegi sí» y «Con Puigdemont también» en los que se traduce el «No pasarán» que el domingo hizo brincar de alegría a la ministra Montero tras pasar por la barra libre de Narbona. Es esta corrupción moral de la sociedad –con Rivera no, con Junqueras sí– la que hace del sanchismo un estadio superior del zapaterismo, por su capacidad para distorsionar, como en una película de Chris Nolan, la dirección de los túneles del tiempo tenebroso e instalar al electorado en una realidad paralela donde la única amenaza es la ola reaccionaria.
Si la campaña socialista ha consistido, por reducción, en vulgarizar un debate ontológico sobre la existencia del sanchismo, presentado por Ferraz como una burbuja de mentiras y veneno, el 23J revela no solo la materialidad de esta pompa de jabón, sino sus crecientes dimensiones, hasta permitir ya que millones de votantes se acomoden sin traumas en su interior. Si el relativismo es la madre del cordero, el sanchismo es el blanqueo de la oveja negra, con Norit o con Nolan. «No pasarán», dicen los de la burbuja, que prefieren dormir junto al lobo con piel de lobo que con la cabra que se echa al monte. Ese es el gran logro, vicario, personalizado en Sánchez, de Zapatero, y también el fracaso de una derecha que ha perdido el tiempo en la denuncia de un sanchismo extendido y tolerado ya por la 'mayoría social'. Si el PP se hizo una vez socialdémocrata –con Rajoy y Montoro– le toca ahora, si no hacerse sanchista, tomar nota de sus manuales de resistencia y asumir que la sarna con gusto no pica para los millones de votantes que con sus papeletas han dado amparo electoral y visado de legitimidad a la suelta de violadores o la rehabilitación de golpistas y terroristas. Engañarse es casi peor que mentir. Allá cada cual con su burbuja.