EN OBSERVACIÓN
Pompa fúnebre y circunstancia sanchista
Si se cae una catedral, Dios no lo quiera, la probabilidad de que coja debajo al presidente del Gobierno es muy baja
Begoña Biden o Hunter Gómez
Operación Macarena
Veníamos ya calenticos del fin de semana, por lo de Notre Dame y luego por lo de la Inmaculada. Topamos con la Iglesia por instinto y afición. Antes de pasar a lo que una emisora del régimen había calificado de «acto privado organizado por el ... arzobispo de Valencia», rebobinamos el debate sobre la ausencia de la Corona en la 'réentrée' de la catedral de París, convite servido por Macron y consentido por el Episcopado francés, anfitrión y a la par invitado de piedra –iban divinos los obispos– de una gala 'laïque' y 'républicain', del tamaño de una inauguración olímpica con balcones al Sena. ¿Qué pintaba allí el Rey? París siempre ha valido una misa, pero allí no hubo otra liturgia que la de un Macron pasado de rosca presidencial y que en otro tiempo, más riguroso con las cosas de rezar, se hubiera conformado con descubrir una placa en la fachada, y arreando. Tampoco el Papa se dejó enredar. Al único que se echó en falta es a Rafa Nadal, hijo adoptivo y medalla Grand Vermeil de París desde 2015. «Notre Dame, corazón de Europa», cacarea nuestro intelectualato, el mismo que, distraído, hace el Camino de Santiago que hace siglos vertebró el continente para vivir lo que ahora conocemos como 'experiencia', que más o menos consiste en encontrarse a sí mismo (sic) en un acto tan privado como el del arzobispo de Valencia, pero con pulpo en vez de clóchinas.
Por lo que nos toca, más de cerca, lo de la Inmaculada Concepción contó el domingo con el ya tradicional desaire del Gobierno a la patrona de España, ninguneada no ya desde una saludable aconfesionalidad pública, sino a partir del supremacismo moral con que desde el otro lado del muro la izquierda trata de darnos sopas con honda para comulgar. Resignificar la Inmaculada y dejarla en Virgen del Puente –advocación mariana ya establecida en localidades como Sahagún o Villanueva del Trabuco– quizá sea la solución de todos nuestros males. Llegamos así al lunes, al 'acto privado' por antonomasia, misa funeral por las víctimas de la DANA a la que hace ya más de un mes anunciamos aquí mismo que no iba a acudir Pedro Sánchez, y no por desafección religiosa –eso le da igual, como casi todo–, sino por miedo a pisar recintos en los que su servicio de seguridad no pueda marcar distancias y apartar a la gente, no vaya a abuchearlo o, en una expresión identitaria de nuestra España plural, tirarle barro del barranco del Poyo.
El presunto funeral de Estado que para más adelante prepara la comisión de festejos de La Moncloa no tiene sustento en nuestro ordenamiento. No existe en España reglamentación alguna que habilite una ceremonia que en tiempos mejores, cuando las buenas intenciones empedraban el camino del duelo común, fue así calificada y entendida para darle empaque. Claro que hemos tenidos funerales de Estado, unos cuantos, pero a la buena de Dios y cuando al menos había una idea compartida de Estado por el que ponerse de luto. Lo que pretende montar el equipo de propagandistas y guardaespaldas de Pedro Sánchez, reunidos en gabinete de crisis, es un funeral de Gobierno, a la medida de las necesidades de quien, además de pretender ser el muerto en el entierro, necesita un kilómetro a la redonda para sentirse encapsulado y seguro, como en un acto privado.
—Si quieren que vaya –dejó dicho–, que lo pidan.
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