EN OBSERVACIÓN
Machismo, 6; Racismo, 0
Una refriega callejera da la medida de la tolerancia social a estas dos lacras
Posverdad y preverdad
'Pedro Sánchez', una novela del XIX
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Iniciar sesiónLa prueba se desarrolla extramuros de París, como corresponde a una disciplina excluida del catálogo de un COI más atento a la comercialización de sus ofertas –estreno inminente del 'breaking'– y al rejuvenecimiento de su público que a la competición –también puramente física: género y ... raza– que vertebra el actual debate del progreso de Occidente. El 'laissez faire' del COI ante las hechuras y los mandobles de la virago conocida como Imane Khelif, persona racializada y sexualizada en la que de forma excepcional convergen estas dos variables identitarias, revela la indiferencia de la autoridad competente para asuntos olímpicos frente a la trascendental crisis de valores y contravalores que tanto nos distrae. Volvemos a una prueba que, fuera de París, se desarrolla en aquel Madrid de la «relaxin cup of café con leche» que Ana Botella quiso servir, Gracita Morales en chándal de Joma, a los miembros del COI. Estamos en la final, disputada en una calle cualquiera de la capital, donde un incidente viario, un ligero roce entre un VTC y una moto, enciende la mecha de la antorcha olímpica y de la pasión de un público que desde las aceras –también en los balcones había gente, atraída por el griterío– asiste al combate. Todo esto fue la noche del viernes.
La culpa fue del Cabify, nos dijeron luego los del bar de abajo, pero fue la reacción del energúmeno de la moto lo que petó el estadio, lleno hasta la bandera por unos espectadores convertidos –esto es lo más relevante– en jueces de un vertido de insultos de naturaleza sexual y racial cuya evaluación popular y espontánea permite hacerse una idea aproximada del grado de tolerancia de la sociedad a las lacras, machismo y racismo, con que nuestro sanedrín de progreso traza la línea que circunda la fachosfera. Además de alguna que otra patada a la chapa del coche, el de la moto no paró de insultar al conductor del VTC, que por supuesto era negro y extranjero, reflejo laboral del nivel de desarrollo alcanzado en un estado de bienestar –la economía va como un tiro– que con la mayor tasa de desempleo de la UE consiste en dejar para los que vienen de fuera los empleos peor considerados. Que conduzcan ellos.
El de la moto se empleó bien. No fue fácil contar las veces que le dijo «hijoputa» al chófer del 'Caby', mientras un grupo de voluntarios olímpicos, gente que estaba en el bar, lo frenaba para mantener las distancias y evitar el contacto. Nadie protestó. Juego limpio. En cambio, fue soltar el motorista lo de «negro de mierda», ya al final de la refriega, y ponerse el público a manifestar, también a voces, su más profunda desaprobación, por racista. Fin de las citas. Del sucedido podemos aventurar la conclusión de que lo de 'hijoputa' –micro o macromachismo de altercado– aún tiene pase, pese a sus inequívocas raíces heteropatriarcales. Lo de 'negro de mierda', en cambio, te descalifica incluso como energúmeno.
Revisión del VAR. Cuando al conductor de VTC le reprochó el de la moto y el casco su tonalidad cutánea, se agarró por encima del pantalón el atributo que, debió de pensar, mejor representa su negritud y amagó con sacárselo. Ser víctima del racismo es compatible con significarse, haciendo bulto, en el equipazo de las viejas masculinidades.
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