parrillada mixta
Galas del sábado
La tragedia de los Goya es que de su retransmisión solo quedan las palabras de los galardonados, antología del balido
La chica del 17 y los del artículo 47
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Iniciar sesiónLo mismo que pisos turísticos, hay tiendas para extranjeros, especializadas en la venta de recuerdos, 'souvenirs' en el argot de un globalismo que comenzó hace décadas. La paradoja de nuestro tiempo consiste en la venta de objetos, mayormente magnéticos, para las neveras, pongamos que hablo ... de Madrid, que remiten a una realidad quizá legendaria, pero ya inexistente: miniaturas de platos de fabada, de callos, de cochinillo, de gachas o de aceitunillas, menú de una memoria histórica que no se materializa en las barras y las mesas de una hostelería cada vez más adecuada a los estándares de un paladar universalizado y alérgico a los hechos diferenciales de una gastronomía que solo existe como imán de frigorífico. En palabras de Leonard Cohen, «no puedo olvidar,/ aunque no recuerde qué».
Algo parecido sucede con la gala anual de los premios Goya, superproducción televisiva de un medio que hace tiempo sacrificó sus señas audiovisuales de identidad para, de forma progresiva e irreversible, a través de un proceso de reducción de costes, prescindir de los elementos visuales y potenciar los auditivos, hasta convertirse en una emisora de radio cuya plantilla de trabajadores fijos y discontinuos –presentadores y tertulianos, para entendernos– se dedica exclusivamente a hablar por los codos. Barato, entretenido y sonoro. La tragedia de los Goya es que de su retransmisión solo quedan las palabras de los galardonados, antología de la mansedumbre y del balido con que el rebaño responde al mayoral que los pastorea y que canturrea, ufano y confiado, desde el patio de butacas. «Me sabe a musiquilla celestial ese dulce balar./ Lo demás, a mí, plin; a mí, plin lo demás», también en palabras de Leonard Cohen.
En una televisión sin galas del sábado y cuyos únicos alardes audiovisuales se producen ya en los estadios y las canchas del deporte de élite, no debe de resultar fácil realizar un espectáculo de variedades y tiros largos. Se nota mucho, cada año más. No hay profesionales capaces –ay, Maribel y Leonor– de echarse encima la presentación de un programa de cuatro horas, no hay altura de miras ni riesgo en la realización –esa postal de charanga y pandereta del Trío Generalife–, no hay criterio para distinguir entre canto e interpretación, griterío y dramaturgia –Rigoberta, por el amor de Dios– y no hay sentido del ritmo, del tiempo y del espacio. Quedan, sin remedio, las palabras de un programa de radio, pronunciadas por el cuadro de actores de la emisora.
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