EN OBSERVACIÓN
Las figurantas
La subdelegación española en Roma sale por la puerta de atrás de San Pedro
Dos pájaras de un tiro
Marcos 8, 27-3
Por simple analogía con términos como vicepresidenta o dependienta, aceptados por una Real Academia Española que limpia, fija y da esplendor en función del léxico de la mayoría social y de la doctrina igualatoria, la figuranta toma carta de naturaleza léxica como «persona que aparece ... en una representación teatral, película o serie de televisión con presencia singularizada, pero sin frase ni acción dramática precisa». «Que figura», apunta el DRAE en la primera acepción de una palabra –«extra, comparsa» son sus sinónimos y sus sinónimas– que el pasado domingo, misa de diez, tuvo en la alta representación política enviada a Roma por España su máxima expresión: mientras los Reyes felicitaban a León XIV tras su toma de posesión, las hermanas María Jesús y Yolanda y los hermanos Félix y Alberto eran amable y lateralmente conducidos a la puta calle por un agente de movilidad, que era cura, como casi todo el mundo en el Vaticano.
María Jesús Montero había ido a San Pedro por el tema de la IJ –'inteligensia jartifisiá', que tanto preocupa al nuevo Papa, para aclarárselo con su proverbial capacidad de análisis y su celebérrima habilidad expositiva–; Yolanda Díaz fue a insistir con lo de la jornada laboral y lo de 'Trabajar menos y vivir mejor', que por lo visto ahora viene en el Génesis, a la altura de la serpiente, la manzana y el jardín del Edén; Alberto Núñez Feijóo había acudido por la cosa esa de la ponencia política del congreso extraordinario del PP, a ver cómo metían Juanma y Mañueco lo del aborto, y Félix Bolaños, 'last but not least', se incorporó a la comitiva como experto en figuración, con el posgrado en líneas rojas y cordones granates que la jefa de protocolo de Ayuso le entregó el día que le cerró el paso a la tarima del Dos de Mayo, donde se había encaramado la Pájara.
La realización televisiva del CTV inmortalizó el momento, cumbre, de la salida de las figurantas de la basílica, impresionante como una piedad de Miguel Ángel, un baldaquino de Bernini o un diálogo de carmelitas sanchistas por WhatsApp. El orbe cristiano no había conocido nada tan sobrecogedor desde lo de Lot y la estatua de sal, salero de María Jesús.
Pasados dos días del número protagonizado en el Vaticano por la subdelegación española –del Rey abajo, ninguno– cabe preguntarse no solo qué pintaban allí sus miembras y miembros, sobran las respuestas, sino por qué dejan solo al Rey cuando acude a la toma de posesión no ya de un monarca electivo como es el Obispo de Roma, sino de un jefe de Estado que no es precisamente de la cuerda política del Gobierno de la Gente y de los Muros. La discreción de la diplomacia vaticana, maniobrera del 'sottovoce', enemiga del ruido y del frufrú de las sotanas, se convierte en charanga y pasacalles cuando de vuelta a España asistimos a la sobreactuación de un Ejecutivo que, lejos de guardar las formas en la escena internacional, se empeña en subrayarlas para conocimiento general, lucimiento personal y vergüenza ajena.
Seguir llamando diplomacia a este ejercicio de exhibicionismo –por acción, como el pasado domingo, u omisión, las más de las veces– resulta tan peregrino como la estampa de las dos vicepresidentas, primitas hermanas, camino de Roma.
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