EN OBSERVACIÓN

Dos discursos del Rey

Del 'procés' a la riada, la Corona es y está cuando el Ejecutivo se encapsula

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La máquina que nos gobierna

Ahora que el presidente del Gobierno se pitorrea incluso de los mensajes navideños del Rey –orgullo y admiración, dice ante la revuelta callejera que le sirve de hoja de cálculo para su pulsión chavista– resulta oportuno reivindicar los dos discursos que fuera de programa y ... agenda, forzados por la coyuntura, han marcado el reinado de Felipe VI, el primero pronunciado como respuesta constitucional al alzamiento independentista del 1 de octubre de 2017, de aniversario mañana, y el segundo, más reciente y deslavazado, improvisado sobre la marcha, atrás para algunos, el que a cuerpo gentil y con el paraguas plegado, expuesto de forma voluntaria al barro que le arrojaban en Paiporta, hilvanó a trompicones para tratar de sofocar la indignación de las víctimas de la riada, de aniversario el mes que viene. La inmediata canonización –'santo subito'– del discurso del 7-O, modélico como acto reactivo de la Corona ante la quiebra del orden constitucional y la impotencia del poder ejecutivo, ha impedido dimensionar como merece el que con cuatro frases más o menos conexas y sin otro guion que el de los reflejos y la responsabilidad pergeñó en el barranco del Poyo, de lodo hasta las trancas. En ambos casos es la ausencia del Estado, la desaparición de la autoridad competente de una crisis ante la que se tapa (1-O) o sale corriendo (27-O), la que fuerza la irrupción de la figura del Rey.

Comparten los mensajes navideños de Felipe VI un sustrato social, el tono paternalista de quien se dirige a lo que por una noche pasa de nación a familia y un argumento –vamos a llevarnos bien– que en función de las circunstancias alerta contra los riesgos de cualquier brecha doméstica, ya sea territorial, ideológica, económica, ética o generacional. Pasando de la familia al trabajo, conciliación dicen, los discursos reales son harina de otro costal, siempre medidos y más aún tutelados, si no envenenados, por un jefe del Ejecutivo que utiliza al Rey a conveniencia de parte, salvo cuando desaparece, encapsulado por los escoltas o envuelto en su capullo de seda, gusano que mariposea. La metamorfosis –rumia el ausente, morado de morera– son los demás.

El «Yo estoy bien» de Django desencapsulado es homologable al «Yo no estoy ni se me espera» de Mariano sedado, dentro del capullo. En ambos casos, la que está –mal– es España. Que le vayan dando. Por todos mis compañeros y por mí el primero. Además de esta circunstancia, relacionada con la presencialidad, física o moral, estos dos discursos del Rey surgen a raíz de sendas revueltas cuyas respectivas llamadas a filas comparten semántica e intencionalidad: de la Barcelona de 2017 a la Valencia de 2024, «Las calles siempre serán nuestras» y «Solo el pueblo salva al pueblo» son habas partidas, semilla de lo que penal y convivencialmente entendemos ya por desórdenes públicos, agravados o no.

En vísperas del primer aniversario de la riada del Poyo, recordar todo lo que el lodo se llevó por delante o encapsuló nos ayuda a apreciar, ya con perspectiva, aquel discurso amorfo con que el Rey vino a decir en carne mortal y emborrizada «Estoy», contrapunto y seguido al «No estoy. Bien» de nuestro Django.

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