EN OBSERVACIÓN
Debajo de las piedras solo hay alacranes
No hay mayor odio que el que se profesan entre sí los socios de Sánchez
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Iniciar sesiónPublicaba ayer ABC en la sección de Madrid una oferta de trabajo, vestida de anuncio, eso decía su encabezado, en negrita, que por su interés y para conocimiento general del resto de nuestra España diversa y multinivel reproducimos a continuación: «Se necesita candidato para el ... puesto de mozo de comedor de carácter interno para vivienda en Madrid. Experiencia en hostelería de cierto nivel». Fin de la cita. «Sánchez», piensa uno de inmediato. Lo de 'candidato' lo lleva en el ADN, y su dedicación a la 'hostelería de cierto nivel' lo tiene más que acreditado en una hoja de servicio –llegados a este punto se escucha a Gracita Morales– que pone de manifiesto su experiencia en mesas de diálogo, reencuentro y convivencia. Te presentas a cenar y sin avisar un domingo con cuatro celiacos y dos alérgicos al jamón y la lactosa y a las once de la noche te saca una cena de debajo de las piedras.
La lectura del discurso de investidura de Feijóo –Feijo en los carteles, autodeterminación vocálica y de tilde– va a representar hoy una nueva excusa para que los altos representantes parlamentarios de la mayoría social denuncien su «apelación al odio», que es lo que clama Pere Aragonès cuando de forma premeditada, como el Pujol de Banca Catalana, confunde el todo con la parte y asegura que el PP no hace sino manifestar su aversión a Cataluña, argumento del que se apropia el PSOE, como de todo lo que encuentra en las mesas y manteles de diálogo en las que Sánchez ha labrado su carrera de mozo de comedor. Llegados a este punto se escucha a Florinda Chico.
Transformar el rechazo en odio son palabras mayores, más aún cuando se fabula una inquina de carácter territorial que desde los tiempos fundacionales del patriarca Jordi solo existe como falsificación de una larga serie de condenas judiciales, sobra añadir que personales. El mismo PSOE que aceptó que el franquismo se prolongó hasta 1983 –sugerencia de EH Bildu, fuera de carta– compra ahora como guion del odio el articulado del Código Penal y las sentencias del Supremo.
«No nos temen por lo que ya hemos hecho, sino por lo que somos capaces de hacer», dijo hace poco más de una semana Irene Montero, cuyas palabras, confesión del pánico que da y quiere dar, no iban precisamente dirigidas a la minoría social de la derecha, sino a sus propias comadres de plataforma y coalición. Puesto a buscar apelaciones de odio y discursos del miedo, el PSOE de Pedro Sánchez no tiene necesidad alguna de pasar por el embudo de su progreso plastificado las soflamas constitucionalistas del líder del PP. Debajo de las piedras en las que busca votos hay odio a espuertas. Aquel abrazo de la cal viva con el que en noviembre de 2019 Pedro Sánchez selló su alianza con Pablo Iglesias, prólogo del cuento del alacrán y la rana, es hoy una fábula infantil en comparación con el menú de alergias e intolerancias cruzadas que comparten, de mala gana, los comensales que se sientan a la mesa del odio que sirve nuestro candidato a mozo de comedor. Llegados a este punto se escucha a Rafaela Aparicio.
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