Suscribete a
ABC Premium

EN OBSERVACIÓN

A cada amnistía le llega su sanmartín

Cómo darle la vuelta a la tortilla después de hacerla sin romper los huevos

La eternidad como anuncio turístico

Mejor llama a un politólogo

Jesús Lillo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Si reparamos en los mecanismos de corrección introducidos por las leyes de memoria histórica y memoria democrática, obras maestras y respectivas de Zapatero y Sánchez, comprobamos de inmediato cómo socavan –de la ley a la ley, que dijo aquel, «que por tenerte da la ... vida/ que estando lejos no te olvida»– los cimientos de un régimen del 78 que precisa y no casualmente fue construido sobre el consenso, la concordia, el olvido y todos esos valores tan elevados que ahora reutiliza el presidente del Gobierno con fines particulares y sin asomo de pudor cívico. La Ley 46/1977, de 15 de octubre, indulgencia plenaria de la que parte la Transición, borrón y cuenta nueva, es papel mojado desde el mismo momento en que la memoria histórica, luego perfeccionada como democrática, legitima el señalamiento, la persecución y la inhabilitación –ahora cancelación– de más o menos la mitad, a ojo de buen o mal cubero, de los beneficiados por aquella seminal amnistía. Para muestra, un botón.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia