parrillada mixta
Ábalos en Cantora
El exministro pide una orden de alejamiento contra «todos los medios en general y presuntos periodistas que están día y noche en la puerta» de su casa
Limosna o masaje para un inmigrante
Te lo juro por Hamás
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Iniciar sesiónComo máxima representación del estómago agradecido, el paladar satisfecho y la digestión sin cortes, al gremio de la prensa siempre se le ha tenido que dar de comer aparte, mayormente por las ventajas de llevarse bien con una gente que en cualquier momento de desafección ... te podía dar un disgusto. Para la historia abreviada de esta asociación de intereses mutuos, basada en el cuento del perro que no muerde la mano que le da de comer, quedan aquellos cumpleaños de Rocío Jurado, regados por el champán y los canapés con que la tonadillera agasajaba a los reporteros que se concentraban a las puertas de su chalé. «Amador, sácales ya la bandeja, que luego voy yo para que me hagan los fotos y los saludo». Y tan amigos. La Pantoja, por no abandonar la esfera inmaterial del Corral de la Pacheca, tenía otra relación con la canallesca de extramuros y así le ha ido.
Cuando el pasado lunes José Luis Ábalos pidió al Juzgado de Instrucción número 18 de Madrid que como medida cautelar impidiera la emisión en Telecinco de la entrevista anunciada con su exmujer, el exministro aprovechó su escrito para exigir –tampoco le hicieron caso– una orden de alejamiento contra «todos los medios en general y presuntos periodistas que están día y noche en la puerta» de su casa. Por esas carambolas que de higos a brevas se producen en el periodismo escrito, en ABC apareció por error y como consecuencia de un rumboso baile de letras una «orden de alojamiento» que invertía el sentido de la queja de Ábalos, hasta el punto de pintar al exsecretario de Organización del PSOE como un hombre compasivo y misericordioso, capaz de anteponer el bienestar de quienes presuntamente lo acosan en su domicilio al suyo propio. Fue una errata, hermosa, pero errata al fin y al cabo.
Tal confusión nos instala a la altura del portero electrónico de la casa de Ábalos, en aquella puerta a la que se asomó, apoyado en quicio de la mancebía, ataviado con una camiseta de Primark, el día que la UCO registró su domicilio, almacén de 'pendrives' que su amiga Anaís se metía donde le cabían. Aquel Ábalos sonriente, con traje de faena, amigo de los periodistas, humilde y casual, es el que enamoraba a las mismas cámaras que ahora rehúye y rechaza, ante las que supo interpretar ese papel de pícaro que ante el gran público es siempre más aplaudido que el de villano encastillado. «Recuerda Cantora», José Luis, que dicen en Texas.
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