la tercera
Vigencia de la sociedad civil
«La sociedad civil, que siempre ha sido motor del progreso de la humanidad, debe reivindicar el regreso a un orden moral civilizado, la reconstrucción del Estado de derecho así como la despolitización de las instituciones públicas y la vuelta a un crecimiento económico inclusivo»
Ultraje a la Corte
Genialidad y actualidad de santo Tomás
A lo largo de la historia de la humanidad, en contra de la consabida –por ficticia– versión progresista de la misma, siempre han sido los individuos, es decir, las personas tomadas una a una quienes libremente han inventado las ideas que dieron lugar a religiones, ... tecnologías, cultura e instituciones, que convertidas en innovaciones –que requieren su libre aceptación social– posibilitaron que la estrechísima institución original de la tribu humana evolucionara hacia –la denominada por Hayek– «sociedad extensa» que comenzó a cobrar vida en el «creciente fértil» mesopotámico para llegar a nuestros días.
Para Mises: «Sólo el individuo piensa. Solo el individuo razona. Sólo el individuo actúa». En contra de lo que todavía siguen defendiendo algunos extraviados marxistas, como Mazucatto en nuestros días, ningún Estado –comunista o no– ni institución social alguna creó nunca nada: las invenciones solo pueden ser concebidas individualmente, para convertirse –no siempre– en innovaciones, en todos sus ámbitos, que para cobrar vida necesitan ser libremente aceptadas y adoptadas por la sociedad.
Gracias a la brillante perspicacia intelectual de la Escolástica española mayormente vinculada a la Universidad de Salamanca, sabemos a ciencia cierta que las más importantes, útiles y perdurables instituciones sociales de la historia humana: Lenguaje, Familia, Derecho, Justicia, Mercado, División del trabajo, Moneda, Ciudad, Democracia, Estado, etc … no las creó ninguna autoridad política, militar o intelectual al uso. Algún individuo espontáneamente descubrió una nueva idea, la compartió libremente con sus congéneres y en función de sus utilidad social tuvo éxito, o fracasó pronto o tarde de su libre uso.
Es bien sabido que el Derecho Civil romano, ese gran pilar de la civilización occidental, no fue creado por ningún jurista ni autoridad en particular, sino que fue el resultado de la recopilación ordenada de instituciones ampliamente experimentadas y aceptadas por la sociedad a lo largo del tiempo. Se atribuye, por ello, a Catón la siguiente valoración del orden jurídico romano: «No se basa en el genio de un hombre, sino de muchos: no se fundó en una generación, sino en un periodo de varios siglos y muchas épocas». El formidable concepto de la evolución natural de la instituciones sociales que se acaba de describir, fue la base del pensamiento de Charles Darwin que dio lugar a su teoría de la evolución de las especies.
Con lo dicho hasta aquí basta para saber que el progreso de la humanidad ha estado basado desde siempre en innovaciones proyectadas socialmente originadas por individuos creativos, en presencia de libertad. Es decir, siempre ha sido la sociedad civil, tanto en el ámbito institucional, económico, científico, tecnológico, cultural, lúdico, etc. quien ha empujado hacia delante el progreso de la humanidad. Enfrente siempre se encontró con el poder político y religioso, que, salvo singulares excepciones, puso frenos y prohibiciones a «lo nuevo», de suerte que el progreso de las innovaciones a lo largo de la historia –según el más reputado especialista en la materia, Joel Mokyr– siempre ha encontrado enemigos enfrente: los defensores del 'statu quo' y sus intereses creados. Todo lo dicho se puede resumir en una frase del gran especialista mundial en innovación, Matt Ridley, quien en su reciente libro 'How Innovation Works' [2020], sostiene que «la innovación es hija de la libertad y madre de la prosperidad».
Una creciente y ya enorme cantidad de ensayos académicos han venido desvelando unánimemente en los últimos años que el éxito de la naciones está asociado a su marco institucional constituido por: el orden moral social, el Estado de derecho y las regulaciones del quehacer personal y empresarial. La intromisión civilizada –por democrática– del Estado en la vida de los individuos y la función empresarial murió de «ruinoso éxito» en Suecia hace tres décadas. Los suecos, afortunadamente para ellos, reaccionaron bien dando marcha atrás a la invasión estatal de la vida civil y favoreciendo que la iniciativa privada regresara a ocupar, democráticamente, su lugar. Tras caer 'socialdemocráticamente' del cuarto al decimocuarto lugar en el ranking mundial de la renta per cápita, tras años de mayor libertad ya están recuperando posiciones (undécimo).
En España, mayormente ignorantes de las claves del descrito progreso económico y social de las naciones, tras acumular –con Zapatero y Sánchez en el poder– el periodo de mayor decadencia económica, social y política de nuestra historia en tiempos de paz, las últimas elecciones generales dividieron a la sociedad española en dos categorías: una sociedad civil abierta al progreso en libertad y una sociedad servil, que niega la realidad y vive aferrada a mitos históricos, tribales y colectivistas, cuyos antecedentes no pueden ser más perniciosos.
El actual Gobierno se caracteriza por la subversión del orden moral occidental –con la mentira por estandarte–, la paulatina demolición del Estado de derecho y la represión de la función empresarial. Casi un millar de asesores, sufragados por la sociedad civil, a las órdenes del Gobierno, trabajan sin cesar fabricando relatos –remedo, sin la gracia literaria, del realismo mágico hispanoamericano– para alimentar el pensamiento de la sociedad servil.
Sin embargo, incluso con un sistema electoral que premia absurdamente a las fuerzas políticas declaradas enemigas de la Constitución, España sigue siendo una sociedad abierta, que según Karl Popper es aquella en la que existen mecanismos democráticos para «cambiar los malos gobiernos» por otros posiblemente mejores.
De cara a unas deseablemente próximas elecciones, el electorado no quedará dividido entre izquierdas y derechas, sino entre quienes se sienten miembros de una sociedad civilizada y los que desdeñan su responsabilidad personal para integrar una sociedad servil caracterizada por su aceptación acrítica de los relatos –por fantasiosos que sean– que le sirven enlatados todos los días desde 'la fábrica de La Moncloa', mientras una buena y creciente parte vive, directa o indirectamente, a expensas del Gobierno.
La sociedad civil, por su parte, debe reivindicar mientras tanto el regreso a un orden moral civilizado, la reconstrucción del Estado de derecho así como la despolitización de las instituciones públicas y el regreso a un crecimiento económico inclusivo –de empleo– sustentado en la libre –de todo tipo de obstáculos socialistas– empresa en presencia de una fiscalidad coherente con dichos fines; justamente todo lo contrario de lo viene haciendo este Gobierno. Hacia el final de su vida, señalaba Popper que la actitud de la sociedad civil no debía preguntarse ¿qué va a suceder? sino qué debemos hacer para mejorar las cosas en la medida de lo posible.