TRIBUNA ABIERTA
El átomo del Bien
«El desarme nuclear organizado y el despliegue de la energía pacífica firmarán la unificación razonada y la salvaguardia de nuestra humanidad»
Jean-Jacques Lafaye
Consideremos dos desafíos globales que son como el Bien y el Mal. Primero la amenaza de las bombas atómicas. Desde 1945 –Hiroshima y Nagasaki–, ocho décadas de angustia y terror exterminador. Estamos casi acostumbrados a este chantaje de eventual destrucción supermasiva. El arma absoluta ... es el pan nuestro de cada día tanto de los gobernantes como de los ciudadanos del mundo. Hasta tal punto que muchos consideran su posesión o adquisición como el escudo salvador de sus naciones e intereses políticos. Cuesta un dineral, su proliferación es inevitable como se ha comprobado, crea tensiones y crisis diplomáticas, llama a sanciones dentro del desafinado concierto de las potencias, aun sabiendo todos que es imposible usar estas bombas autodestructivas. Estamos convencidos de que los arsenales nucleares quieren decir, más allá de las proclamaciones y amenazas, que no queremos más guerras generales entre grandes potencias, no queremos revivir el martirio de las guerras mundiales.
Hablemos ahora de la benéfica energía nuclear pacífica. Teniendo en cuenta el aumento vertiginoso de la demanda eléctrica, condición básica de la dignidad de vida, y el peligro climático, bien se entiende que, si logramos el abandono progresivo y definitivo del carbón, será imposible conseguir el abandono del petróleo y del gas, que son recursos imprescindibles de muchos países grandes y menos grandes. Consideremos las energías renovables e intermitentes, a pesar de sus buenas intenciones, como cosmética. La medicina genuina queda con la energía nuclear, porque su potencial es considerable y múltiple –electricidad, propulsión de naves, desalinización, salud y más–. Es energía de laboratorio, libre de CO2, y, gracias a sus progresos, se convierte en energía también renovable. Aboguemos por un Plan Marshall de mil nuevas plantas, triplicando el parque existente, para 2050. 1.500 plantas protectoras del progreso, en vez de 15.000 cabezas apocalípticas… Es factible, y eso ayudará a la calidad de vida en los países en pleno desarrollo, casi todos, sin castigar el cielo.
Bajo el control reforzado de la suprema agencia de Viena, Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) debe encargarse de la seguridad, el enriquecimiento siempre sospechado de desviación militar, el trato de los residuos y Dios quiera un día la verificación del desarme.
Imposible compartir libremente los beneficios de la energía nuclear pacífica sin dar la espalda a los arsenales. Bien lo dijo Bill Gates: «Las bombas dan sombra a las plantas». Aquí entran los presidentes Trump, Putin, Xi y sus colegas dotados de un arsenal que ofende a la conciencia de quien cree en el alma. Su cooperación, su inteligencia de interés mutuo, de nuevo respeto, podrían dar luz a una autoridad compartida, especializada en esta esencia, para esa reorientación del genio nuclear, apartando el Mal (así con mayúscula) para abrir las puertas del Bien (también con mayúscula).
La energía nuclear es más estratégica y protectora para nuestro futuro que los arsenales continuadores de un pasado de terror. Recordemos aquí que Trump, encima de los aranceles, es el único líder que expresó su compromiso hacia desarme nuclear multilateral: «Tal vez llegará un momento mágico cuando las naciones se unan para eliminar los arsenales nucleares.» (Discurso sobre el Estado de la Unión, 2018).
Esta resolución del peligro más grave inventado en la historia humana quitará mucha intensidad bélica a los conflictos del presente, porque esta abstención compartida demostrará que el espíritu de guerra ha llegado a sus límites. «Si vis pacem para bellum» dicen muchos. Al contrario, y mucho más lógicamente, tendríamos que decir: «Si vis pacem para pacem».
El desarme nuclear organizado y el despliegue de la energía pacífica firmarán la unificación razonada y la salvaguardia de nuestra humanidad. Ética en práctica que no podemos aplazar.
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