el contrapunto
Un Sánchez que tiene vergüenza
Si David no pasa de ser un mediocre enchufado, Pedro es un amoral peligroso cuyo único norte es el poder
Ladran, Ayuso, luego cabalgas
Al PP le tiemblan las piernas
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Iniciar sesiónA diferencia de su hermano mayor, David Sánchez Pérez-Castejón ha demostrado tener un mínimo sentido del pudor. Tardío, cierto, pero suficiente para llevarlo a dimitir del puesto que okupaba (con k) en la Diputación de Badajoz, una vez destapado y expuesto ese chanchullo denominado « ... Oficina de Artes Escénicas». ¡Tampoco es que merezca el premio al ciudadano ejemplar, ojo! Si se tratara de una persona decente, dotada de dignidad profesional, jamás habría aceptado un cargo creado «por ser vos quien sois», a la medida exacta de sus necesidades; esto es, con el propósito de asegurarle una generosa nómina pública por no hacer nada de provecho y seguir componiendo música que nadie quiere financiar ni mucho menos escuchar. Un cargo cuyas funciones no supo explicar ante la juez, pues ignoraba cuáles eran sus tareas, sus colaboradores y hasta el emplazamiento de su despacho. Un cargo fantasma, tan innecesario como inoperante, que nos costaba a los contribuyentes 48.000 euros anuales. Al descubrirse el dedazo, constatarse el fracaso sin paliativos de su proyecto pseudocultural y salir a la luz el escándalo que investiga la Justicia, agravado por un presunto delito fiscal, el pequeño de los Sánchez ha decidido hacer mutis por el foro, emulando a los personajes de esa ópera que tanto dice amar. Un reconocimiento implícito de culpabilidad, que no lo librará del banquillo aunque tampoco presuponga una condena, probablemente alentado por ese resquicio de conciencia del que carece su primogénito.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es hijo de los mismos padres, pero harina de otro costal. En él la ausencia de vergüenza resulta ser total y absoluta, sin fisuras por las que pueda colarse el más mínimo vestigio de honorabilidad, siquiera postrera. En caso contrario, hace tiempo que se habría marchado a un lugar lejano, donde tratar de olvidar los incontables embustes que jalonan su trayectoria, trufada de corrupción política, ética y económica. Si el mayor de los Sánchez Pérez conociera el decoro, nunca habría pactado su poltrona con Bildu, a cambio de liberar asesinos terroristas, ni otorgado indultos y amnistías a golpistas irredentos para pagar su respaldo. Si le inspirara algún respeto la Presidencia del Gobierno a la que en dos ocasiones se aupó a lomos de la mentira, no soportaría verla ensuciada por la imputación judicial de su propia esposa o su fiscal general del Estado, entre otras figuras de su entorno más íntimo. Si tuviera sentido del ridículo, dejaría de humillarse ante un prófugo de la justicia que aprovecha sus siete escaños para jugar con él desde Waterloo. Si cambiara la soberbia y vanidad que le sobran por una pizca de orgullo bien entendido, convocaría elecciones y devolvería la palabra al pueblo, dado que es evidente su incapacidad para gobernar. No lo hará. Porque si David no pasa de ser un mediocre enchufado, Pedro es un amoral peligroso cuyo único norte es el poder.
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