Sánchez, de hinojos

Los acontecimientos se suceden a tal velocidad que resulta difícil seguirles la pista, acaso con la pretensión de que nos acostumbremos a lo inaceptable y desarrollemos una tolerancia a la infamia semejante a la que impregna ya las filas del socialismo. Un día asistimos a las gravísimas amenazas vertidas por la portavoz del fugado en el Congreso contra jueces y periodistas, un señalamiento con nombres y apellidos sin precedentes en la historia democrática, y al siguiente nos enteramos de que su patrón, un delincuente huido de la justicia, va a entrevistarse con el jefe del Ejecutivo en un país extranjero, en ausencia del mediador aceptado por ambas partes. Graciosa concesión al siervo del amo golpista que decide. Nogueras lanza sus calumnias preñadas de intimidación sin reproche alguno por parte de Armengol, lacaya del sanchismo colocada en la Cámara Baja con la misión de garantizar que los separatistas estén cómodos, poco antes de que su colega, Turull, haga morder el polvo a Sánchez desvelando ese encuentro acordado en secreto por Cerdán, delegado especial de Ferraz para asuntos sucios. El mismo que muñó el pacto de la capucha con Bildu, merced al cual el partido de ETA logra conquistar Pamplona.

¿Qué más nos falta por ver? Pongámonos en lo peor y afinaremos el pronóstico. Ya se ha dado luz verde a las comisiones parlamentarias cuya finalidad es someter a juicio popular a los togados que cumplieron con su deber aplicando la legislación vigente en Cataluña; es decir, ha empezado la caza al juez. Ha echado a andar en las Cortes la Ley de Amnistía destinada a traer bajo palio a Puigdemont y demás prófugos. Caída la capital de Navarra, seguirán todos los ayuntamientos donde Bildu tenga mayoría y después la comunidad foral, entregada por el PSOE a la marca etarra en el altar de esa Euskal Herria concebida en los delirios del racista Sabino Arana. Y todo ello al amparo de la mentira y la ocultación, porque se trata de una serie de claudicaciones vergonzantes cuya única razón de ser es mantener al caudillo en la Moncloa. Esa es la necesidad que hace de la traición virtud.