visto y no visto
Los gallos de Europa
Son nuestros líderes jugando al vagón número 2419, el del armisticio
Un canapé ruso
Somos lo que comemos
Al decir gallos de Europa no pensamos en ese Lucas Vázquez, capitán del Real Madrid con brazalete de la UE, sorteando (y perdiendo) campo en Montjuic. Pensamos en Macron (el Sacarino de los Rothschild), Merz (el Sacarino de BlackRock) y Starmer (un sir de ... 1890, cuando en Inglaterra, según Santayana, los ricos soñaban con la cultura más que con el liderazgo) sorteando (y perdiendo) la paz europea en un vagón de tercera.
«Yo, para todo viaje/ siempre sobre la madera/ de mi vagón de tercera,/ voy ligero de equipaje», cantaba don Antonio Machado, el poeta soriano de Sánchez, nuestro líder, quien al lado de los otros tres podría pasar incluso por Carlomagno.
¡Ligeros de equipaje! (¡Francia, Alemania e Inglaterra en el camarote ucraniano de los Hermanos Marx!). Un sobre de azúcar con cita confuciana («El 'ren' –'ren', no tren– es la virtud para conseguir la paz») y una cucharilla de moka para remover el té. «El tren camina y camina,/ y la máquina resuella,/ y tose con tos ferina»… Tres caballeros acostumbrados a las situaciones difíciles, diría nuestro Fernández Flórez. «Usted se ha guardado una cucharilla», acusan al alemán. ¿Qué puede hacer el caballero? Se ríe, en efecto, como si hubiese oído el más ingenioso de los retruécanos, y contesta, moviendo la cabeza como ante algo que no tiene corrección ni remedio: «¡Este don Fulano!... ¡Siempre tan bromista!».
Son nuestros líderes jugando al vagón número 2419, el del armisticio («el vagón de Compiègne»). Si hemos de morir por ellos ¿dónde hay que firmar? En su estudio sociológico de los partidos políticos, Robert Michels tiró de Frazer, autor de 'La rama dorada', donde llama la atención hacia la creencia popular de que sus líderes pertenecen a un orden de humanidad más alta que ellos mismos (a la gente que se le haga bola leer a Frazer o a Michels siempre tiene a mano los vídeos de Vito Quiles).
—La adoración de los conductores por los conducidos se revela por signos como el tono de veneración con que suele ser pronunciado el nombre del ídolo, la perfecta docilidad con que obedecen al menor de sus signos y la indignación que despierta todo ataque crítico a su personalidad.
Michels cita como víctima de esta adulación servil del pueblo a Lassalle, que fue capaz de prometer a su novia que algún día entraría a la capital como presidente de la república alemana sentado en una carroza tirada por seis caballos blancos, y no hay alusión al vagón de tercera en que hoy viaja la Unión Europea, cuyos súbditos votan contra sí mismos como si no hubiera un mañana («Esta actitud por parte de la masa, aclara Michels, no es peculiar de los países remotos: constituye una supervivencia atávica de psicologías primitivas»).
En el pueblo de Merz, liderar (liderazgo, 'Führung') es para el gobierno lo que la gracia representa para el alma: el pastor y sus ovejas, el timonel de Platón, el jinete de Taine… En su nombre: ¡Caballeros, devuelvan la cucharilla!
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