una raya en el agua
La materia de los sueños
La Semana Santa reconstruye el patrimonio inmaterial comunitario que la memoria ha depositado en el territorio urbano
Esperanza
Ábalos y las visitadoras
La mayoría de las fiestas populares son una invitación al desparrame, un paréntesis excepcional de jolgorio multitudinario que responde una necesidad antropológica de escape latente en todas las sociedades. La Semana Santa, en cambio, constituye un ejercicio de contención ritual estructurado en una precisa ... simbología vinculada en origen y esencia a la religión católica, pero extendida a la cultura y al arte a través del refinamiento plástico de las imágenes. Es un elemento civilizatorio, en la acepción más puramente etimológica de un término relacionado con las ciudades, el ámbito histórico del progreso, el humanismo, la ciencia o los avances morales. En la liturgia dramática de las cofradías, y en su intención pedagógica de divulgar el sentido de la Pasión de Cristo mediante su representación en la calle, hay un mensaje de perfeccionamiento espiritual que el tiempo ha enriquecido de detalles hasta dotarlo de un esplendor estético insuperable.
Con la devoción y la memoria como ejes, la celebración se articula en un intenso diálogo con el territorio urbano, cuyo papel es mucho más relevante que el de un simple escenario. Es el ámbito de encuentro de sus habitantes con la fe comunitaria y el legado sentimental de los antepasados, el patrimonio inmaterial, donde residen las claves del código identitario. Las procesiones y los espectadores se funden en el mismo plano de un trayecto sentimental recorrido palmo a palmo y paso a paso. La ciudad, el pueblo o el barrio dejan así de ser un mero lugar de residencia o de trabajo para convertirse en coprotagonista de una ceremonia donde miles de personas reconstruyen sus vínculos emocionales en un conjuro sagrado contra el fracaso, la culpa o el desamparo. Y una vez al año, los monumentos y el caserío brillan con sus mejores rasgos como si el propio entorno espacial se compenetrase con el vecindario en la expresión cabal de un mismo estado de ánimo.
Los lazos entre la fiesta y su marco físico son tan estrechos que ambos comparten similares problemas y se resienten de idénticos contratiempos, consecuencia del impacto de fenómenos modernos como la saturación turística, la trivialidad cultural o la progresiva deshabitación de unos cascos antiguos cuya colonización por la hostelería y el comercio diluye su condición de núcleo memorial depositario de un acervo de experiencias y recuerdos. En algunas capitales, la afluencia masiva de público y el aumento de la participación en los desfiles empieza a provocar un cierto estrés funcional que apunta el riesgo de una crisis de éxito. Pero la Semana Santa siempre ha logrado encontrar el modo de adaptarse a circunstancias sobrevenidas y retos nuevos porque está construida con la materia de los sueños. Y por encima de los ciclos y tensiones de una Historia en tránsito perpetuo prevalece la invulnerable voluntad colectiva de preservar los fundamentos.
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