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UNA RAYA EN EL AGUA

La foto (sepia) del Palace

Cuarenta años más tarde, la ola felipista del 82 sirve de paisaje instrumental para la enésima impostura de Sánchez

Ignacio Camacho

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Entonces no lo sabíamos pero aquella ola felipista del 82, aquel afán multitudinario de modernización y de avance, no era más que la condición necesaria para que cuarenta años más tarde los españoles pudiésemos gozar del benéfico nirvana político en que nos ha sumergido Pedro ... Sánchez. Quizá las próximas hagiografías del actual presidente destaquen como momento liminar de la postransición el instante en que un niño del barrio de Tetuán sintió la llamada de su vocación al contemplar la triunfal foto del Palace y decidió que el futuro lo convocaba a convertirse en ídolo de las masas populares. Todo lo que ha ocurrido después es sólo parte de ese destino inexorable que había de conducir a este luminoso paisaje de progreso constante. No había más que ver la expresión de Felipe en la muestra conmemorativa de su gran victoria, la mirada de resignación con que contemplaba la transformación de su legado y de su obra en un nuevo capítulo de la rescritura sesgada de la memoria histórica. Cuestión de militancia, de disciplina, de ese concepto de identidad tribal que impregna la vida partidista y la sitúa por encima de cualquier deriva, incluso del aprecio a la propia biografía. De sentido de lealtad a unas siglas por más que sus sucesores las hayan despojado de funciones participativas y convertido en una carcasa nominal, en una estructura vacía, en un mero andamiaje orgánico al servicio de un modelo de liderazgo populista.

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