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una raya en el agua

El filósofo de la fe

La renuncia de Benedicto XVI fue un acto de coherencia: un honesto, desesperado intento de abrir una catarsis en la Iglesia

Ignacio Camacho

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Cuentan los vaticanólogos, esos tipos que casi siempre se equivocan en sus muy razonados pronósticos sobre la elección de los Papas, que Joseph Ratzinger entró en el cónclave que había de proclamarlo cogido del brazo de otros dos cardenales: Martini, de Milán, y Bergoglio, de ... Buenos Aires. Jesuitas ambos. El detalle sugirió a algunos de los allí presentes que el albacea espiritual del recién fallecido Juan Pablo II estaba sugiriendo elípticamente a sus colegas el rumbo del futuro. Sea o no cierta la historia, hay en ella dos vaticinios que se acabaron cumpliendo. Uno, que el teólogo alemán, cuyo favoritismo para la sucesión era un hecho, se veía a sí mismo como un Pontífice de transición, aunque entonces no estaba claro hacia dónde ni durante cuánto tiempo. El otro, que Bergoglio -Martini murió en 2012- fue llamado a ocupar la sede de San Pedro para conducir a la Iglesia por un nuevo derrotero.

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