columnas sin fuste
El paseo de Año Nuevo
Paseamos con un tono de virtud, con lo opuesto a la resaca
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Iniciar sesiónLas fiestas navideñas son un período del año cargado de rituales, costumbres, encuentros y por si no hubiera suficientes, la publicidad y la tecnología añaden nuevos. La prenochevieja, por ejemplo, o eso que proporcionan los algoritmos: el resumen del año en carrusel de selfies, como ... un remix del yo, un concentrado de narcisismo, una espuma de ego para rematar el año.
Otra costumbre distinta, un poco subversiva, podría ser el paseo de Año Nuevo. Es para muchos una costumbre navideña con el encanto liberador de celebrar el fin de la propia Navidad (como podría ser el lanzamiento, destrucción o entrega del excedente de turrones).
El paseo en la primerísima hora del día uno, nos hace coincidir con las formas extremas de la noche y del día: por un lado, los que se recogen, a los que ya no miramos con censura sino con lástima; por otro, los 'runners', la forma más agresiva e incomprensible de lo diurno.
En esa hora desnuda y vacía descansa hasta lo municipal y podemos ser auténticos paseantes, 'flaneurs' inaugurales. Las calles se nos ofrecen como a Antonio López, con una especie de hiperrealismo al que normalmente no podemos acceder.
Paseamos con un tono de virtud, con lo opuesto a la resaca, pues nuestros sentidos no están abotargados sino finísimos, y la realidad parece recién lavada.
Los pasos, sin embargo, tienen rumbo. Buscamos algo. Buscamos un sitio para tomar café, cosa no fácil, y al hacerlo queremos premiar al que ha sabido introducir más normalidad en el Año Nuevo, más 'lunes'; al que abre a las nueve, incluso a las ocho. Al encontrarlo, tomaremos el café un poco más pessoano, el café como unidad meditativa.
Si el paseo se alarga después lo suficiente y el paso se aviva, la aceleración de las pulsaciones puede acercarnos al ritmo alegre de la marcha; intuir, en los pulsos, una 'Marcha Radetzky', llegar incluso a tararearla, sentir íntimamente las palmas vienesas, la alegría interior por estar vivo, por recobrar, con euforia, la normalidad.
Esa sería una gran función navideña revelada en el paseo: devolvernos entusiasmados, agradecidos, aliviados, a lo de siempre.
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