diario de un optimista
Ucrania y nosotros
Ucrania se define por su adhesión a los valores democráticos de Europa: esta es la razón que más exaspera a Putin, que tiene horror a la democracia y las libertades
El hombre más peligroso del mundo
Trump rompe sus juguetes

Es imposible entender la guerra en Ucrania sin hacer referencia a una larga, sangrienta y desafortunada historia. Permítanme darles un ejemplo personal, el de mi propia familia materna, de la región de Leópolis, antiguamente conocida como Lvov y Lemberg. A lo largo del tiempo, con ... avances y retrocesos militares y diplomáticos, mis antepasados fueron a su vez súbditos de Austria, Polonia, Alemania, Ucrania y la Unión Soviética. Cansados de tanta dilación histórica, optaron por exiliarse en Francia. Cada día me alegro de su elección, que significa que hoy no tenga que vivir bajo la amenaza de los bombardeos rusos. Como ha escrito el historiador estadounidense Timothy Snyder sobre esta región poco conocida de Europa, Ucrania siempre ha sido una tierra de sangre. Ningún territorio de Europa está tan empapado de la sangre de sus víctimas como Ucrania.
Considerada la tierra más fértil de Europa, ha sido la envidia de todos los imperios vecinos desde el siglo XVIII. Sobre todo porque las fronteras de Ucrania son relativamente difusas y su población siempre ha sido cosmopolita, una mezcla de rusos, ucranianos propiamente dichos, polacos, católicos, ortodoxos y judíos. Por no hablar de los tártaros musulmanes de Crimea, los ocupantes originales de la península, conquistada por los rusos bajo Stalin, que expulsaron a la población original.
Para complicar aún más la relación entre Rusia y Ucrania, hay que recordar que la Rusia original nació en Ucrania, con Kiev como capital, antes de trasladarse a Moscú y San Petersburgo. Se podría decir que Rusia era ucraniana antes de que Ucrania fuera a su vez conquistada por Rusia. Putin se inscribe, pues, en una larga historia de incursiones que, en los tiempos que corren, parecen totalmente arcaicas: Putin tiene una concepción medieval del imperio que intenta imponer a toda Europa. Pero nuestra Europa se basa en valores, no en territorios.
En los incesantes comentarios sobre el conflicto actual, se hace demasiado hincapié –en mi opinión– en los factores etnoculturales, preguntando si los ucranianos son rusos o no. Algunos lo son o lo eran. Algunos hablan ucraniano; otros, ruso. Pero la Ucrania de hoy no puede definirse por su territorio, su etnia o su lengua. Ucrania se define por su adhesión a los valores democráticos de Europa: esta es la razón que más exaspera a Putin, que tiene horror a la democracia y las libertades. Si los ucranianos no quieren convertirse en rusos es esencialmente porque no quieren pasar de su democracia duramente conquistada al despotismo de Putin. Paradójicamente, podríamos concluir que, tras una larga y turbulenta historia, Ucrania sólo se ha convertido verdaderamente en un Estado y una nación al abrazar la democracia liberal desde 1993, tras una revuelta popular y fundacional.
Otra forma de analizar lo que está ocurriendo hoy entre Ucrania y Rusia sería reflexionar sobre en qué consiste la guerra moderna. Tradicionalmente las guerras se libraban entre ejércitos; el resultado venía determinado por victorias y derrotas claras. Tras una victoria decisiva, la diplomacia se limitaba a confirmar los éxitos y fracasos militares. Los conflictos contemporáneos ya no funcionan así en absoluto: son guerras de desgaste que duran años y cuyos resultados siguen siendo inciertos.
Así ocurrió recientemente, por ejemplo, con las guerras de Irak, Afganistán y Corea: guerras interminables sin final a la vista. Las armas modernas, los drones en particular, pero también los ciberataques y las guerras híbridas, hacen que los conflictos duren aún más, y ya no garantizan la victoria del fuerte sobre el débil. Ucrania, claramente el eslabón más débil, inflige sin embargo a Rusia pérdidas que Putin nunca esperó, gracias a su dominio de las tecnologías de la información, la ciberseguridad y los drones, relativamente fáciles de construir y manejar.
Esta evolución de la guerra moderna y su resultado final vienen dictados menos por el campo de batalla que por la opinión pública. Llega un momento en que uno de los adversarios se cansa porque la causa es incierta y la opinión pública ya no lo apoya. Así es como Estados Unidos abandonó la lucha contra Corea del Norte y salió de Afganistán, Irak y Siria. En Ucrania, por lo tanto, no puede haber victorias o derrotas decisivas en el campo de batalla, ya que el frente ha estado más o menos estancado durante los últimos tres años. La decisión final, si llega algún día –pero puede que nunca llegue–, dependerá de la moral en la retaguardia. O bien los rusos se cansarán el día que Putin deje el poder, o bien los ucranianos se cansarán de resistir solos y de verse abandonados por los europeos y los estadounidenses.
De hecho, los estadounidenses ya han desertado de lo que les parece un conflicto ajeno a sus propios intereses; Trump ha renunciado a ser el guardián del orden mundial o el propagador de las ideas democráticas. Los ucranianos, en cambio, no se rinden, lo que da fe de una resiliencia y un coraje que nadie esperaba, ni por parte rusa ni por parte ucraniana. Está claro que la negativa a convertirse en esclavos de Putin es la espina dorsal de su ejemplar resistencia. Pero esto sólo durará si los ucranianos sienten que cuentan con apoyo exterior, en la práctica de la Unión Europea, sabiendo que ya no tienen mucho que esperar de Estados Unidos.
Este apoyo europeo no requiere una intervención militar sobre el terreno, sino el suministro constante de material bélico y municiones. Siempre será útil sugerir que si Putin ganara en Ucrania sería una derrota tanto para la democracia como para la Unión Europea, con un gran riesgo para todas las democracias, en Europa y en otros lugares, de ver expandirse las ambiciones megalómanas de los líderes rusos y quizá chinos. Aun así, estos últimos me parecen más racionales que Putin y básicamente menos peligrosos. La opinión pública europea es decisiva, pero ¿cuál es en realidad?
No lo sabemos con precisión porque hasta la fecha nuestros dirigentes no han hecho ningún esfuerzo sostenido por explicar lo que realmente está en juego en este conflicto. Y cómo afecta no tanto a nuestros territorios como a nuestros principios y formas de vida. Se ha dicho varias veces en estas mismas páginas, y a riesgo de repetirme, debemos comprender y proclamar que los ucranianos luchan por nosotros.
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