diario de un optimista
Una respuesta liberal a la IA
Imaginemos que un número considerable de empleos, algunos de ellos cualificados, están a punto de ser despedidos. ¿Cómo afrontarlo? Que conste que la Revolución Industrial produjo el socialismo
Volver a Salamanca
Ucrania y nosotros

Hace poco, un diario español que no es ABC publicaba una reseña elogiosa de un ensayo dedicado a las perspectivas, a veces inquietantes, de la llamada inteligencia artificial. El libro, titulado 'Hipnocracia', sugiere que la inteligencia artificial podría producir textos que hipnoticen al lector ... hasta el punto de manipular la opinión pública. Se dice que el autor es un chino de Hong Kong llamado Jianwei Xun. La fama del libro se extendió por toda Europa con numerosas traducciones, planteando serios interrogantes sobre los que volveremos más adelante. Pero antes de abordarlas, revelemos que Jianwei Xun no existe. Él mismo es un producto de la inteligencia artificial; el libro, escrito por una máquina, fue improvisado a partir de unos pocos elementos clave que se le suministraron. El engaño revela que la inteligencia artificial no puede, en su estado actual, inventar más de lo que ya ha sido concebido por la inteligencia humana: el principio de la máquina es hurgar en los recovecos de la red para articular en un todo coherente lo que ya ha sido publicado en otra parte. La inteligencia artificial ensambla pero no crea.
Sin embargo, probablemente estemos en las primeras fases de lo que podría ser el equivalente de la Revolución Industrial, que cambió nuestra forma de trabajar y vivir. Por eso es importante prepararse para terremotos de los que no somos plenamente conscientes. En la hipótesis más brutal, la irrupción de la inteligencia artificial podría alterar el mundo de la misma manera que lo cambió la Revolución Industrial a principios del siglo XIX. Recordemos cómo reaccionó la gente: mediante la revuelta. En Gran Bretaña en particular, un movimiento de obreros furiosos, los luditas, privados de su trabajo por la introducción de la máquina de tejer, sembraron el caos durante más de veinte años, destruyendo todas las máquinas. A diferencia de los luditas, cada vez que se produce una innovación los economistas y empresarios, más interesados en lo nuevo que en el estancamiento, observan que innovaciones como la máquina de tejer, la electricidad, la energía nuclear o los ordenadores destruyeron inicialmente puestos de trabajo, pero que estos fueron sustituidos por empleos más gratificantes, menos peligrosos y mejor pagados. Es la transición lo que resulta difícil de gestionar y para la que deberíamos prepararnos.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que existen dos direcciones posibles para la inteligencia artificial del futuro. La primera, en un mundo tranquilizador, sería que estas nuevas máquinas asistieran al hombre en sus rutinas y le permitieran dedicarse a actividades más inteligentes. Ya hay muchos ejemplos de ello. Por ejemplo, en la profesión médica, o entre los abogados, en lugar de repetir textos antiguos y previsibles, lo hace la máquina. Esto les permite demostrar su creatividad en ámbitos innovadores. En la medicina, la inteligencia artificial permite interpretar con rapidez y precisión los resultados de los análisis, algo que incluso a los médicos expertos les lleva mucho tiempo y da lugar a errores. A modo de recordatorio, me gustaría mencionar el mal uso que hacen de la inteligencia artificial los estudiantes, que introducen unas cuantas palabras clave en la máquina para que genere una redacción que les permita aprobar el examen sin esfuerzo alguno.
Cuanto más avanza la inteligencia artificial, más difícil resulta distinguir entre el texto de un creador y la síntesis obtenida de una máquina. ¿He escrito yo el artículo que está leyendo, o pedí a la máquina que lo hiciera por mí? Cuando mi ordenador me lo propuso, cedí. Basándose en todo lo que he escrito para ABC en los últimos veinte años, la IA produjo una columna que yo podría haber diseñado, siempre que fuera más o menos exacta. Pero su estilo era poco imaginativo y, sobre todo, poco irónico. Tal vez sea la ironía la que, al final, nos permita distinguir entre un texto verdadero y uno falso.
Si la inteligencia artificial sólo puede mejorar la productividad de nuestras actividades actuales, no tenemos de qué preocuparnos: es un camino que ya hemos recorrido al pasar de la mecanografía a las herramientas de tratamiento de textos. Admito que también es gracias a la inteligencia artificial que ya no escribo mis textos, sino que los dicto: aparecen milagrosamente en mi pantalla y sólo tengo que corregir las faltas de ortografía. Pero el verdadero autor sigo siendo yo. La máquina es sólo una muleta: ésa es la versión optimista.
Hay otra versión en la que las máquinas progresarán tan rápido que no sólo nos ayudarán en nuestro trabajo, sino que podrán sustituirnos. Ya se ha citado el ejemplo del médico que realiza análisis; podemos prever que en un futuro próximo, la máquina, mejor que el médico, o incluso sin el médico, será capaz de emitir un diagnóstico instantáneo. El médico estará jubilado. Ya empezamos a enumerar los empleos que la inteligencia artificial podría hacer innecesarios: secretariado, traducción, redacción de contratos, interpretación de resultados científicos y gran parte de la profesión docente. Al igual que los robots en las fábricas han sustituido gradualmente a la fuerza física, la inteligencia artificial podría reemplazar nuestras capacidades intelectuales. ¿Deberíamos, como los luditas, aplastar estas máquinas antes de que nos deshumanicen? Imposible, porque la inteligencia artificial no es una máquina, sino un algoritmo que no puede destruirse a martillazos.
Imaginemos que un número considerable de empleos, algunos de ellos cualificados, están a punto de ser despedidos. ¿Cómo afrontarlo? Que conste que la Revolución Industrial produjo el socialismo. Los trabajadores despedidos por haber sido sustituidos por máquinas se organizaron para obtener de los gobiernos compensaciones económicas que les permitieran vivir decentemente junto a las máquinas. Los primeros frutos del socialismo, como la pensión redistributiva del canciller Bismarck en Alemania en 1875, surgieron de la conmoción provocada por la máquina de vapor y la electricidad. Si la inteligencia artificial produce una revolución comparable, ¿estamos condenados a un socialismo aún mayor, a un sistema de redistribución total de los ingresos? La hipótesis debe tomarse en serio. Pero me parece que hay una respuesta más adecuada, que saco de la aljaba liberal y llamo renta mínima universal. Ésta, formulada por Milton Friedman en los años 50, prevé que el Estado pague a cada ciudadano una cantidad anual que le permita vivir decentemente, independientemente de cualquier otra actividad o cualificación.
La ventaja de una renta mínima anual garantizada es que no depende del Estado. Los gobiernos no tendrían que elegir a los beneficiarios; redistribuirían sobre una base igualitaria y ya está, y tampoco intervendrían en la forma en que los beneficiarios de esta renta mínima utilizan los fondos recibidos. Si algunos prefieren jugar a las carreras en lugar de financiar sus estudios, ése sería su problema en una sociedad libre. Esta renta mínima universal, que algunos liberales defienden desde hace tiempo, siempre se ha considerado utópica. Pero es la única utopía alternativa que nos permitiría progresar con la IA limitando al mismo tiempo el sufrimiento causado por cualquier trastorno técnico. En resumen, yo diría sí a la inteligencia artificial en todas sus formas, siempre que vaya acompañada de una renta mínima universal garantizada. ¿Quién propone otra cosa que la violencia reaccionaria o el socialismo general?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete