DIARIO DE UN OPTIMISTA
La alegre Pasionaria
«No tengo el honor de conocer a Díaz Ayuso; la descubro leyendo esta estimulante conferencia, que ciertamente no resume la totalidad de su pensamiento y de su obra. Pero me complace rendir homenaje a su coraje intelectual: si el liberalismo español existe, ella me parece hoy una de sus más relevantes y alegres representantes»
El populismo mata, el liberalismo salva
Zelesnki, el profeta
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Iniciar sesiónEl homenaje tributado en Londres a la memoria de Margaret Thatcher el 17 de marzo puso de relieve la chispeante personalidad de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. En un discurso largo, brillante, provocador y convincente, ensalzó las virtudes históricas ... y la eficacia política de lo que ella denominó singularmente 'liberalismo español'. Es este liberalismo el que ella reivindica al frente de la región de Madrid y, evidentemente, con una ambición que va más allá de su ciudad y de su país. Propone a Europa nada menos que unirse en torno a su versión personal del liberalismo español. Tiene el gran mérito de recordarnos algo poco conocido en Europa, y no tanto en España, que existe una tradición liberal que no es importada, sino que pertenece a la historia de España y que tomó su forma política en las Cortes de Cádiz de 1812, antes de que la alianza de la monarquía católica y las tropas francesas acabara con ella. Esta tradición liberal, aunque española, se nutrió sin embargo en gran medida de la versión francesa de la Ilustración y de la aportación económica del mundo inglés y escocés. La España de Cádiz de 1812 era una España enraizada en el Siglo de las Luces. Lamento que Díaz Ayuso no mencione lo profundamente europea que ha sido España desde entonces: si hoy está en condiciones de dar lecciones a Europa, es también porque España ha aprendido de Europa.
En la misma conferencia, la presidenta madrileña propone una definición del liberalismo español, que ella ve como originario de la antigua tradición griega y cristiana. Esto es cierto, pero sólo parcialmente. Los filósofos liberales del siglo XVIII se vieron estimulados por el descubrimiento de civilizaciones exóticas, de China o de la India, o incluso del mundo andalusí, civilizaciones que sabían perfectamente lo que significaba la noción de libertad personal. ¿Liberalismo cristiano? Que conste que el liberalismo europeo se construyó enteramente contra la influencia de la Iglesia: algunas controversias subsisten, sobre el aborto por ejemplo. Del mismo modo que Díaz Ayuso olvida restituir la dimensión europea de España, subestima la contribución de las civilizaciones no cristianas a nuestro liberalismo. ¿Es esto grave? Sí, porque esta relación demasiado restrictiva entre civilización cristiana y liberalismo, con exclusión de cualquier otra contribución, reduce el liberalismo a una ideología occidental cuando en realidad no lo es. Al arraigar el liberalismo en Occidente, Ayuso roza la historia con algunas omisiones imperdonables. Señala, por ejemplo, que el Concilio de Trento reconoció que los indios americanos eran seres humanos, un primer episodio de la aplicación del liberalismo universal. Eso está muy bien. Pero Trento no reconoció que los negros africanos, esclavizados en América, también eran seres humanos. Este 'olvido' reduce enormemente el universalismo del liberalismo español. En una aproximación histórica similar, Díaz Ayuso se felicita de que el liberalismo español se exportara a América del Sur. Si bien es cierto que la mayoría de las revoluciones independentistas del siglo XIX se inspiraron en el liberalismo español –o francés–, ninguno de estos regímenes sobrevivió mucho tiempo. La verdadera tradición en el continente latinoamericano, después de Bolívar, San Martín o Mitre, fue desgraciadamente el caudillismo antiliberal más que el liberalismo español. O, para utilizar la expresión de Díaz Ayuso, la «argentinización» de América en lugar de su liberación. Y no menciona el caso de Milei, ¡El caudillo de la motosierra!
Es también, sin ninguna aportación del liberalismo occidental, que pensadores, políticos, empresarios, artistas y movimientos ciudadanos luchan por la libertad personal en sus propias civilizaciones (Irán, Ucrania), tomando prestado de su propia herencia filosófica. Si no reconocemos que se puede ser chino y libre y musulmán y libre, reducimos el liberalismo español o no español a una ideología occidental e imperialista. Si, más allá de esta polémica, volvemos a la definición de liberalismo de la presidenta madrileña, ella aporta un entusiasmo y una alegría de vivir en feliz contradicción con el liberalismo clásico en Europa, que suele ser pesimista, demasiado, y desde luego nada alegre. Sostiene con razón que el liberalismo, tanto político como económico, es verdaderamente liberador y permite a cada persona –término que ella prefiere al de individuo– llevar la vida más gratificante posible. No podemos sino aplaudirla por poner de relieve hasta qué punto, partiendo del liberalismo teórico, avanzamos hacia la libertad personal y la felicidad como seres humanos.
Aunque estoy de acuerdo en lo esencial con Ayuso, que me entusiasma por su alegría de vivir y su valentía, le reprocharía falta de modestia. Presenta el liberalismo como una solución, la única solución, a todos los problemas de la vida en sociedad. Me parece, más bien, que el liberalismo es una búsqueda: si tuviéramos la solución para todo, la conoceríamos y toda la población se uniría al liberalismo: no es el caso. Hay también una falta de modestia, e incluso una cierta agresividad por su parte contra los adversarios del liberalismo, a los que designa, de manera arrolladora, como «comunistas». Que la izquierda llame a todos los liberales «neoliberales», es decir, serviles al capitalismo salvaje, no significa que los liberales deban llamar comunistas a todos sus adversarios; el panorama político es más complejo que eso. En este punto, además, Díaz Ayuso contradice a un maestro al que hace referencia, Gregorio Marañón, que definió el liberalismo (en un texto de 1946) por dos principios. El primero era «buscar el acuerdo con los que piensan distinto a uno». No creo que Ayuso busque el acuerdo. Por supuesto, el acuerdo requiere dos personas, lo que en España, como en todas partes, no es tarea fácil. El segundo principio esencial de Gregorio Marañón es que «el fin nunca justifica los medios». Se trata de una observación fundamental que aclara y rechaza todos los excesos totalitarios de los dos últimos siglos. Es en nombre de la libertad «real» o de la identidad «nacional» que el fascismo, el comunismo, el nazismo, el putinismo y el trumpismo restringen la libertad y pisotean los derechos con el pretexto, en última instancia indefinible, de hacernos felices: lo que, por supuesto, nunca sucede. También en este punto quiero rendir homenaje a Díaz Ayuso, que, dentro de los límites de sus competencias en Madrid, aplica sus principios liberales (en la medida en que estoy bien informado), liberando la iniciativa personal, fomentando el espíritu emprendedor e imponiendo el Estado de derecho: el Derecho sin el cual, señala con razón, no hay libertad ni liberalismo. No tengo el honor de conocer a Diaz Ayuso; la descubro leyendo esta estimulante conferencia, que ciertamente no resume la totalidad de su pensamiento y de su obra. Pero me complace rendir homenaje a su coraje intelectual: si el liberalismo español existe, ella me parece hoy una de sus más relevantes y alegres representantes.
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