DIARIO DE UN OPTIMISTA
El aciago regreso de la doctrina Monroe
«La política instaurada por Monroe en 1823 dejó de ser un principio de independencia para convertirse en un instrumento del imperialismo estadounidense, afectando a varios países latinoamericanos y generando una profunda desconfianza hacia EE.UU.»
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Iniciar sesiónEl Gobierno de Donald Trump nos parece, con razón, impredecible y carente de una línea directriz clara. Sin embargo, la realidad es diferente: la Casa Blanca sigue siendo prisionera de una larga historia que los caprichos de un presidente no bastan para borrar. Recordemos, por ... ejemplo, que en 1823 el presidente Monroe proclamó que Estados Unidos no intervendría en los asuntos europeos, pero que, a cambio, se opondría a cualquier intento de las potencias europeas de intervenir en los dos continentes americanos. En aquel entonces, esta doctrina se apoyaba en una legitimidad democrática. La mayoría de las colonias españolas y portuguesas acababan de independizarse y avanzaban hacia formas de gobierno relativamente liberales, con constituciones inspiradas en la de los Estados Unidos.
Monroe se inscribía así en la ideología fundacional del país, presentándose como un defensor sincero de la independencia y la democracia en las nuevas repúblicas americanas. De hecho, España y Portugal no se opusieron a la independencia de sus antiguas colonias. Pero la esperanza liberal que Monroe depositó en estos nuevos Estados fue, en la mayoría de los casos, traicionada. No puede generalizarse sobre América Latina, un continente que desde fuera suele verse como un bloque homogéneo, pero que en realidad es un mosaico de culturas muy distintas. Algunos países se acercaron más a la democracia, mientras que otros cayeron bajo dictaduras militares. Además, Iberoamérica desarrolló una figura política propia: el caudillismo, que puede considerarse un velo que cubre la mayoría de los regímenes del continente.
Con el paso del tiempo, la doctrina Monroe dejó de ser un principio de independencia para convertirse en el instrumento del imperialismo estadounidense. Desde su proclamación, catorce países latinoamericanos –algunos de ellos en varias ocasiones– han sufrido incursiones militares de Estados Unidos bajo los pretextos más diversos. En tiempos más recientes, el objetivo declarado era frenar la revolución castrista y la expansión del comunismo por el continente. En ocasiones, esas intervenciones pudieron tener alguna justificación, pero en muchos otros fueron una mera excusa: se trataba de países donde el comunismo no representaba una amenaza real. En general, los latinoamericanos han desarrollado una profunda desconfianza hacia EE.UU., sospechando con razón que sus intervenciones tienen segundas intenciones maléficas en lugar de ayudar a la libertad económica y política.
Recordamos este episodio tan conocido para arrojar luz sobre lo que trama actualmente Washington: una iniciativa oscura y secreta del Gobierno de Trump que debería preocuparnos enormemente. Trump se presenta como un activista por la paz, pero en realidad parece estar siempre buscando una guerra fácil de ganar. Y la que ahora prepara tiene a Venezuela como objetivo. Trump necesita enemigos para afirmarse, y este, militarmente, no representa un gran peligro.
El presidente estadounidense ha afirmado, sin aportar prueba alguna, que el mandatario venezolano –quien ciertamente dista de ser un ejemplo de integridad– encabeza una vasta red de narcotráfico que perjudica a los ciudadanos norteamericanos. Sin evidencias, el Ejército estadounidense hunde barcos en aguas internacionales suponiendo que transportan droga con destino a los Estados Unidos. Hoy, las Fuerzas Armadas estadounidenses –el Ejército, la Marina y la USAF– se concentran en el Caribe ante la posibilidad de una invasión de Venezuela o incluso de una intervención en Colombia, cuyo presidente, de tendencia izquierdista, no goza precisamente de la simpatía de Trump.
A esta amenaza militar, que debe tomarse en serio, se suman las injerencias en la política interna de varios países del continente: no solo Venezuela y Colombia, sino también Brasil y Argentina. Todo apunta a un desenlace negativo, aunque probablemente no el que Trump espera. El apoyo que brindó al expresidente brasileño Jair Bolsonaro –condenado por intentar perpetuarse en el poder tras perder las elecciones– solo ha fortalecido a su sucesor, Lula da Silva, convertido en símbolo de la independencia latinoamericana frente a EE.UU..
Aún más insólita es la intervención de Trump en Argentina para respaldar a su aliado ideológico, Javier Milei. El Tesoro estadounidense estaría dispuesto a conceder una ayuda financiera de 50.000 millones de dólares a cambio de que los argentinos voten por él. Esta promesa de ayuda es tan torpe que podemos estar seguros de que Milei perderá las próximas elecciones legislativas, suponiendo que consiga terminar su mandato.
En definitiva, ya sea intentando influir en los votantes de Brasil, Colombia, Venezuela o Argentina, o acusando al presidente venezolano de liderar un gigantesco cartel de drogas, el Gobierno de Estados Unidos demuestra una profunda ignorancia respecto a América Latina, su historia y su cultura. ¿Ha oído Trump hablar del imperialismo yanqui y del orgullo nacional de cada uno de los países de América Latina? Además de fomentar guerras inútiles, Trump solo consigue unir al continente latinoamericano y a los numerosos ciudadanos estadounidenses de origen latinoamericano contra este nuevo imperialismo. ¿Quiénes se beneficiarán más? Los caudillos como Maduro y los populistas, que sabrán explotar esta amenaza. Este neoimperialismo de Trump no traerá beneficios para la democracia local.
Pobre presidente Monroe. Seguramente no pudo imaginar en 1823 el uso perverso que se haría de su doctrina. ¿Y qué piensa España de todo esto? No se escucha nada. El silencio del Gobierno de Pedro Sánchez resulta lamentable. ¿No sería lógico que en nombre de España expresara una opinión y adoptara alguna postura? No para defender a los regímenes de izquierda de Venezuela, Nicaragua o Colombia, sino para afirmar que los pueblos de América Latina tienen derecho a decidir por sí mismos, y que no corresponde a Estados Unidos determinar el resultado de las elecciones en Buenos Aires o Caracas. Quizá Sánchez debería pedir consejo a la nueva premio Nobel de la Paz, María Corina Machado; si las elecciones hubieran sido honestas, ella sería presidenta de Venezuela. Pero las torpes y contraproducentes intervenciones de Trump garantizan que eso no ocurra y, de paso, consolidan la dictadura de Maduro.
Finalmente, cabe notar que Trump no se atreve a atacar a la presidenta de México, aunque el narcotráfico proceda más de ese país que de Venezuela. Mi hipótesis –sin pruebas y puramente psicológica– es que Trump se siente desestabilizado por las mujeres fuertes, y Claudia Sheinbaum es una de ellas: una mujer firme que no se deja intimidar por los machos oxigenados.
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