LA TERCERA
De Mitilene a Soria
«Comprender un texto, señor Schleicher, es saberlo situar en su contexto preciso y por eso la educación es un permanente rebasar horizontes y contextos. Basta pensar en la diferencia entre un aprendiz y un experto para entenderlo. Y ya que hablo de 'pensar', ¿No es imprescindible tener algo sobre lo que pensar para poder pensar?»
Amnisía contra lógica, razón y ciencia (13/12/2023)
¿Cómo vamos a resignarnos? (12/12/2023)
Cuenta Eliano que cuando los mitilenos dominaban el mar, impusieron este castigo a los aliados que hacían defección: que sus hijos no aprendieran las letras y no les enseñaran música, pensando que el más duro de los castigos era vivir privado de las artes y ... del conocimiento.
El Informe PISA es la radiografía educativa de la OCDE que nos ha mantenido alterados estos días. Pero como no conviene que lo actual nos oculte lo importante, echemos una mirada serena a sus luces y a sus sombras.
Cuando Andreas Schleicher, el factótum de PISA, nos traduce los informes, suele insistir en que «en tiempos de Google nadie pagará por tus conocimientos» o en que «la tradición es la verdadera enemiga de la buena práctica». Pero en abril del 2017 en una nota sobre el sistema escolar sueco decía que «el hecho de que la mayoría de los estudiantes suecos crean que el éxito en matemáticas es el resultado del talento más que del trabajo duro, sugiere que Suecia debe intentar seriamente educar la confianza de sus alumnos en sus habilidades y en su compromiso con el aprendizaje». Cuando los estudiantes de Singapur respondieron a la misma pregunta, dijeron que si trabajan duro, tienen confianza en que sus profesores los apoyarán y que los resultados se corresponderán con su trabajo. Curiosamente, en Suecia a medida que han ido descendiendo las puntuaciones de PISA han ido ascendiendo las calificaciones escolares.
Señor Schleicher, tenga piedad de nosotros, que le pagamos una fortuna por los conocimientos que nos proporciona PISA, y de las familias que cada vez dedican más recursos a fortalecer extraescolarmente los conocimientos de sus hijos. ¿En qué, exactamente, hace competentes a nuestros hijos el aprendizaje por competencias que usted propugna?
Mientras a nosotros nos asegura que vivimos «en un mundo que cambia aceleradamente, y producir más conocimiento y habilidades semejantes a lo que ya tenemos no será suficiente para enfrentar los desafíos del futuro», no se atreve ni a insinuarles a los políticos de Shangái que su verdadero enemigo es la tradición o que deben abandonar los métodos en los que el profesor representa la autoridad del conocimiento. Seguro de que usted no desconoce que las canciones que los niños chinos cantan en sus escuelas dicen que «no hay nada más honorable que el trabajo», que sus centros educativos tienen nombres como «La sabiduría, lo primero» o «El sacrificio es oro»; que los maestros repiten con frecuencia que «una generación planta los árboles y otra disfruta de su sombra».
A usted le gusta subrayar que «el éxito educativo ya no consiste en reproducir el conocimiento de contenidos, sino en extrapolar lo que sabemos». ¿Pero para extrapolar no será necesario tener algo que extrapolar?¿No reconoce usted que «España aparece mejor posicionada en los 'rankings' internacionales cuando se considera la proporción de jóvenes que tienen titulación universitaria que cuando se evalúa el nivel de comprensión lectora o habilidad aritmética de estos jóvenes?»
Comprender un texto, señor Schleicher, es saberlo situar en su contexto preciso y por eso la educación es un permanente rebasar horizontes y contextos. Basta pensar en la diferencia entre un aprendiz y un experto para entenderlo. Y ya que hablo de 'pensar', ¿No es imprescindible tener algo sobre lo que pensar para poder pensar? ¿Acaso se pueden adquirir competencias tan relevantes como el pensamiento crítico, el razonamiento o la resolución de problemas sin una memoria bien surtida de conocimientos? Como decía nuestro Calderón, «a quien le daña el saber, homicida es de sí mismo». En el reciente informe PISA se puede leer que los sistemas educativos en los que más estudiantes hacen deberes obtienen puntuaciones más altas en matemáticas. Lo mismo decía el de 2018: «La evidencia muestra que, en general, hay una relación positiva entre la realización de tareas escolares en casa y el rendimiento académico». Hay otras perogrulladas que nos revela su carísimo informe. Por ejemplo, que el buen clima disciplinar repercute muy positivamente en el rendimiento. En 2009 se puntualizaba que los centros con buen clima disciplinar obtenían 21 puntos más que los centros con poca disciplina. ¿Cómo es que olvidamos lo evidente?
El informe del año 2015 se preguntaba qué métodos son eficaces en la enseñanza de la ciencia y respondía que «cuando los profesores explican, demuestran frecuentemente los conceptos científicos y discuten las preguntas de los alumnos (un método de enseñanza comúnmente llamado enseñanza dirigida por el maestro), estos obtienen mejores resultados». Por eso planteaba dudas sobre metodologías como el aprendizaje por descubrimiento o el trabajo por proyectos, asegurando que «no existe ningún sistema educativo en el que los estudiantes hayan estado expuestos con frecuencia a la enseñanza basada en un enfoque de investigación (que les obliga a realizar experimentos o trabajos prácticos) y consiga una mayor puntuación en ciencias». ¿Cómo es que no le da usted relevancia a esto señor Schleicher?
En 2009, el 10% de nuestros jóvenes de 15 años se encontraban en las dos franjas superiores de PISA, demostrando «una destreza creciente para resolver problemas cuyas soluciones requieran incorporar un conocimiento matemático que no se recoge explícitamente en la tarea», mientras que el 20% se hallaban en las dos inferiores, donde están los que solo «pueden hacer cálculos simples con números enteros, siguiendo instrucciones directas en textos breves y sintácticamente simples». Hoy tenemos un 6% en el primer grupo y un 25% en el segundo. ¿No merece esto algún comentario? En el año 2009 las diferencias entre centros privados y públicos no eran estadísticamente significativas. Hoy son de 61 puntos en Asturias, de 46 en Murcia, de 37 en Canarias y Cataluña, de 36 en Madrid… Como usted sabe bien, 25 puntos de diferencia significan un año escolar.
Me llama también la atención que continuamente se nos pongan como referentes los modelos del norte de Europa y se traten con sordina los resultados de Holanda, Baviera o Suiza. ¿Quizás porque, aunque sus datos sean excelentes, sus métodos les resultan ideológicamente incómodos? En esto admito que nosotros también hemos pecado. Durante años hemos oscurecido a Soria para iluminar a Finlandia, a pesar de que los resultados de la 'cabeza de Extremadura' han sido siempre superiores a los de los fineses. Hoy, cuando Finlandia es un juguete roto, debiéramos reconocer la excelencia y resiliencia de los sorianos. Se han aducido varias razones para justificar sus resultados, pero me quedo con la que nos proporcionó Dionisio Ridruejo hace años: «Pocas provincias españolas otorgan a la escuela el respeto que hemos conocido en Soria. El Burgo de Osma sólo tiene un monumento público, y éste no está dedicado a ningún héroe, mecenas o personaje poderoso, sino a un maestro de escuela».