LA TERCERA

Han, un filósofo de nuestro hogar

Han es un filósofo para todos y es que ese es el fin de la filosofía, ayudar a reflexionar a todos, lo que es importante en estos tiempos en los, según Benedetti, nos han cambiado las preguntas. La más relevante es ahora qué debemos hacer. Han nos ayuda a eso, a que la Filosofía entre nuestros hogares

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EFE

Federico de Montalvo Jääskeläinen

Los premios Princesa de Asturias tienen, entre otras bellezas, la de la expresión coral. Personas diversas, de diferentes lugares y disciplinas se reúnen para recibir conjuntamente el galardón. Ello produce una sensación de comunidad, por la interdisciplinaridad que se congrega, y de humanidad, por la ... complicidad que surge espontáneamente. Sonrisas, abrazos y guiños entre quienes, unidos por los premios, acaban de conocerse.

Tal coralidad, sin embargo, conlleva el riesgo de eclipsar a algunos galardonados, por la fama, el aura de aquellos con los que comparte ocasión. Es difícil que la sonrisa de Meryl Streep o la emoción de Woddy Allen o la actuación espontanea de Carmen Linares y María Pagés permitan ver más allá. Y este año el carisma e impacto público de Serena Williams o Eduardo Mendoza ensombrecerán a varios de los galardonados, incluido al filósofo surcoreano y alemán Byung-Chul Han.

Pero puede que ese sea precisamente el lugar apropiado para este filósofo. Un lugar no estelar, un lugar desde el que pueda estar físicamente pero también viajar mentalmente por segundos a su jardín oriental o a su piano para interpretar las variaciones Goldberg. Y es que Han pertenece a esa rara especie de pensadores que superan por su conducta a su obra. Así lo demostró cuando participó hace pocos veranos en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Los que asistimos pudimos comprobar que no sólo predica sobre la humanidad, la sencillez, sino que también las practica. A las preguntas necias de algunos de los asistentes contestó desde la humildad o desde el silencio. Tratar de epatar al necio es también expresión de necedad.

Han tiene cosas en común con los citados Williams y Mendoza, su tenacidad y su historia personal novelesca. El filósofo nace en el seno de una familia católica de Corea del Sur y siguiendo en sus primeros años de estudio los pasos de su padre, ingeniero, decide viajar a Alemania para abandonar la tecnología e iniciar los estudios de filosofía, y ello, sin un previo conocimiento de la lengua alemana. Dice Han que optó por estudiar filosofía en lugar de literatura, su inicial propósito, porque la lectura de Hegel le exige tanto esfuerzo y dedicación a quien tiene el alemán como lengua materna como al que se inicia en ella.

La relación de Han con España es cuantitativamente muy intensa porque es aquí donde más libros vende, lo que es una gesta destacable en un país cuyo nivel de lectores no alcanza a los de nuestros vecinos. Han es muy leído donde no se lee mucho, aunque la edición de su primer libro aquí, su obra maestra de la sociedad del cansancio, no vendiera inicialmente más que una decena de ejemplares. Una entrevista en un medio español dos años más tarde lo convertiría, repentinamente, en un autor de éxito.

Se ha dicho que este éxito se debe a la claridad de su prosa, la brevedad de sus textos, su capacidad de captar el espíritu de la época y ponerle nombre (sociedad del cansancio, sociedad paliativa, desaparición de los rituales, final de las narrativas). Es especialmente reconocida su habilidad intelectual para diseccionar y resaltar los peligros a los que nos aboca el neoliberalismo digital, siendo su mirada también antropológica, política, sociológica o histórica. Busca un mundo mejor a través de la valentía: decir la verdad, pero una verdad fundada y razonada. Según Han la verdad existe, uniéndose de este modo al grupo de nuevos filósofos que tratan de superar los estragos generados por los de la posverdad. Para Han sin verdad no hay verdadera comunidad y sin comunidad no hay interrelación entre los seres humanos. El otro desaparece en el reino del yo narcisista.

Según su planteamiento más apocalíptico, la aceleración, ruido y saturación de imágenes inherentes a la sociedad de consumo digital contribuyen a que no seamos conscientes de la pérdida de nuestra capacidad de percepción (el phono sapiens). Y es esta falta de atención la que facilita que nos creamos libres, sin deberes, imposiciones ni límites, cuando ello es una falacia digitalmente autoimpuesta. No somos libres porque vivimos en un totalitarismo digital, en el que nos explotamos a nosotros mismos, sin piedad ni límite. El exceso de información y rendimiento nos ha conducido a un tiempo incapaz de callar, cuando el pensamiento es imposible sin silencio. Nos centramos en nuestro yo, en la auto-optimización continua. Y tan metidos en nosotros, se atrofia la capacidad de escuchar y de mirar de manera contemplativa al mundo y sus seres. Hemos sustituido el pensamiento por el cálculo, el conocimiento por la información, la comunidad por la comunicación. Faltando tiempo para pensar y sosiego, ya no se ponderan los pareceres divergentes: basta con odiarlos.

Si el hombre pierde toda capacidad contemplativa se rebaja a animal laborans. La vida se equipara al proceso de trabajo de las máquinas, con pausas que sirven para recuperarse, para poder ponerse otra vez a disposición del proceso de trabajo. De ahí que la presuntas relajaciones o desconexiones no supongan ningún contrapeso al trabajo. Este se absolutiza tanto que el amo y el esclavo coinciden. Tomamos el látigo para azotarnos a nosotros mismos. Las metáforas que decoran ahora nuestra existencia, «el tiempo es oro», «más es mejor», son el camino hacia la nada, el fracaso.

Pero Han no se limita a describir negativamente la sociedad. También hace propuestas. Su contranarrativa a la sociedad contemporánea pretende despertarnos para emprender el cambio. Nos impele a darnos cuenta de sus aspectos «patológicos», porque la consciencia de los cambios que se están produciendo permitirá que seamos capaces de crear una nueva cultura. En él hay también mucha esperanza. La atención, la concentración, la mirada prolongada permiten ver al otro como es, en su alteridad y dignidad propia y no como algo a usar o a disponer. Y permite también recuperar la intensidad temporal, desaparecida con el fin de las narraciones. Su propuesta es, precisamente, la claridad de su discurso y sus descripciones. Han nos ayuda a despertarnos, sin ser, eso sí, un autor de autoayuda, de psicología positiva, lo cual abomina especialmente en su sociedad paliativa.

Han no es, quizás, un filósofo para los filósofos. Es un filósofo que puede ser leído y entendido. Y, por ello, es objeto de críticas por alguno de sus pares. Han es un filósofo para todos y es que ese es el fin de la filosofía, ayudar a reflexionar a todos, lo que es importante en estos tiempos en los, según Benedetti, nos han cambiado las preguntas. La más relevante es ahora qué debemos hacer. Y para ello, la Filosofía y sus obras tienen que salir de la Academia, de sus aulas y sus bibliotecas y entrar en nuestros hogares. La respuesta a la pregunta no pertenece a una élite intelectual, sino a una sociedad democrática suficientemente formada, capaz de deliberar con conocimiento de causa y objeto. Y precisamente Han nos ayuda a eso, a que la Filosofía entre nuestros hogares, sobre todo, en los españoles. Gracias Han por ofrecernos tu pensamiento en tiempos inundados de información y huérfanos de formación.

SOBRE EL AUTOR
Federico de Montalvo Jääskeläinen

es profesor visitante en la Université de Nanterre, París X

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