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bala perdida

La estafa de la realidad

La realidad no es lo que era; y la imaginación tampoco

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Ángel Antonio Herrera

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Resulta que va muy creciente el gentío de jóvenes que no se soporta, porque se gustan más en la lámina ofrecida en las redes sociales. Lo avalan estudios recientes. Esto recupera aquello clásico, y estupefaciente, del poeta: «Yo soy otro». Pero el otro que soy, ... para un joven, es un cromo fingido con filtros, que ya se va pareciendo al original muy vagamente, con lo que la realidad tiene que arrimarse a la irrealidad, y en esas lejanías estamos. Yo he visto a algunas instagramers, en Madrid, quejándose, a pie de semáforo, porque la Gran Vía no se parece a la Gran Vía virtual. Y eso es una desesperación y una angustia y una injusticia. De modo que el modelo de ciudad lo asientan las brujerías virtuales, y no la ciudad propiamente dicha, que está ahí desde siempre, y hasta cumple de escenario para dar las campanadas en fin de año. Una ciudad, ya, tiene la obligación de parecerse a la ciudad inventada de las redes, y un chaval, o una chavala, viven también en la obligación de parecerse al guapo o guapa de felicidad que ellos mismos han perpetrado en las redes de fantasía. Vamos alimentando, pues, un yo que acepta y nutre la tiranía de sustituirse por un yo de apariencia, donde los likes son una nociva vitamina y los bikinis el ajuar del espíritu. Las redes sociales han promovido una escaparate de la vida donde con cuatro retoques te pareces a un titán del reguetón, y así la juventud resulta un tecleo de móvil, y la belleza una rutina. Pero ahora vemos que hay que parecerse al bello monstruo engendrado, con lo que la foto del deneí es una estafa y el espejo de peinarse cada mañana no deja de darnos el susto. No nos venía impresionando ni mucho ni poco que la vida virtual suplantara a la vida real, pero igual no habíamos intuido que enseguida el yo virtual iba a convertir el yo real en un disparate, que queda a dos fotos de ser en rigor una agonía. El gentío que se cita, por la redes, para ennoviarse un rato, sale huyendo, al verse, porque no hay parecido con la foto o fotos del retrato ofrecido desde el mundo virtual. Pero más jodido es ya que no te parezcas a la cita que tienes a diario contigo mismo. La realidad no es lo que era. Y la imaginación tampoco.

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