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Los ritos de la Iglesia romana estructuraron antaño la experiencia en Occidente. Hoy día, sin embargo, nos resultan ajenos. ¿Debería importarnos? Sin duda, debemos responder que sí. Por muy poscristiana que se haya vuelto la sociedad, los ritos conservan su significado civilizatorio. La marca de la herencia litúrgica latina se define por lo esencial ... . No hay lugar para el exceso. Las auténticas reformas litúrgicas siempre han buscado eliminar –no agregar– aditamentos. Las oraciones de la Iglesia antigua son modelos de concisión, destiladas como el más fino de los licores; sus ritos son sobrios aunque expresivos. Esta tendencia corresponde a una sensibilidad peculiar de Europa occidental, expresada en los sonetos de Shakespeare, las fugas de Bach o los lienzos de Velázquez. El cineasta Ingmar Bergman lo formuló de este modo: la complejidad del material exige rigor en la forma. Los ritos católicos abordan la mayor complejidad concebible: la irrupción de la eternidad en el tiempo. Son, tanto en el sentido concreto como en el sublime, formativos. Por eso merecen nuestra atención, en especial cuando nos debatimos en medio de una época que es cultural, política, estética y religiosamente amorfa.

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