La Tercera
Protejamos la verdad
Los riesgos de desinformación están contribuyendo a tomar conciencia de la necesidad de que nos comprometamos con empresas periodísticas que garanticen el propósito de veracidad
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La Constitución y el padrenuestro
Elena Herrero-Beaumont
«La obstinación de la realidad es relativa» escribió Hannah Arendt en 1951. «La realidad necesita que la protejamos», añadió. Nunca ha sido más imperiosa esta necesidad en un contexto de creciente militancia política de la prensa, que siempre ha existido en nuestra joven democracia, ... pero que se acentúa debido a la desinformación y a la polarización características del entorno digital. En un ejercicio de optimismo irrenunciable deberíamos de pensar en la solución a este problema, y la solución pasa por rescatar el viejo debate de dos grandes teóricos de la democracia, Walter Lippmann y John Dewey, para después definir en qué puede consistir el método de fabricación de noticias, y el papel del lector en la actual democracia digital.
Después de que Pedro Sánchez publicara en X su insólita 'Carta a la ciudadanía', reinó por unos días el caos absoluto en la esfera pública española. Sin duda, hemos alcanzado como sociedad un nivel de polarización máxima, y la acción de Sánchez constituye un hito más de la llamada democracia posmediática en la que estamos sumergidos, con características similares a las existentes en la opinión pública norteamericana debido a las tácticas de Donald Trump contra los medios norteamericanos. Pero también, este desafortunado capítulo ha avivado aún más la necesidad de discernir lo verdadero de lo falso y de buscar maneras para proteger la verdad.
La sociedad no puede operar sin agua limpia, como decía hace unas semanas en Oxford el exdirector de 'The Guardian', Alan Rusbridger. Tampoco puede operar sin una base común y compartida de hechos. Sin esa base no podemos decidir, no podemos gobernar, no podemos diseñar políticas públicas efectivas. De ahí que el Foro Económico Mundial haya clasificado la desinformación como el principal riesgo que padecemos como sociedad en su último informe de riesgos de 2024. A éste se suma el riesgo existencial de la inteligencia artificial para la raza humana, que no es otro que el desate de una locura colectiva, en palabras de Jaron Lanier, porque ya no tenemos ninguna confianza en lo que podemos ver, escuchar o leer.
En este contexto digital resurge un viejo debate que mantuvieron el comentarista político WalterLippmann y el filósofo pragmatista John Dewey a principios del siglo XX sobre el papel de los medios de comunicación y los ciudadanos en una democracia constitucional. El debate se centra en el histórico problema de si el ciudadano medio está capacitado para elegir correctamente a sus representantes políticos y cuál debería ser la mejor maquinaría de información. En este debate, Lippmann optó por la solución elitista. Dewey por la democrática. En su famoso libro de 1922, 'Opinión pública', Lippmann elabora lo que Dewey calificó como «la acusación más eficaz contra la democracia», al realizar una detallada crítica al concepto de opinión pública que idearon los Ilustrados para legitimar al poder político. La opinión pública para Lippmann no es más que una entelequia normativa, un «misterio» (o «ficción» según Jürgen Habermas) que los Ilustrados nunca llegaron a resolver probablemente por el enorme entusiasmo que les produjo el haber alumbrado un sistema que libera a todo ciudadano de un poder absoluto. Frente a este misterio, el comentarista norteamericano explora los factores reales que condicionan al ciudadano y a la prensa como principales protagonistas de esa opinión pública en la sociedad industrializada y globalizada del siglo XX. Así, el ciudadano responde emocionalmente a su propia 'pseudorealidad' basada en estereotipos, y muestra una falta de atención y de interés en relación con las grandes noticias del momento. Es un ciudadano 'ensimismado' incapaz de autoinformarse correctamente.
Por su parte la prensa, condicionada por el modelo de negocio basado en grandes anunciantes, busca la frágil lealtad de sus lectores, alimentando esos estereotipos a través de ganchos informativos para captar su atención. En consecuencia, la prensa carece de un método objetivo de fabricación de noticias, que queda sustituido por el arbitrio de los periodistas y sus correspondientes estereotipos e intereses. Dicho lo cual, Lippmann sí que expresa su fe en la existencia de un tipo de empresa informativa alejada de los intereses empresariales y políticos y dedicada a la verdad como principal propósito. Un periódico sostenido sobre la lealtad de unos lectores ilustrados que garantizan su independencia. «Existe esa prensa», asegura Lippmann en 'Public Opinion'. Años después así lo constató Hannah Arendt en su famoso ensayo 'Lying in Politics', donde la filósofa aplaude la extraordinaria labor del 'Washington Post' y del 'New York Times' a la hora de publicar los papeles del Pentágono.
Frente a Lippmann, Dewey concibe la democracia no sólo como un sistema de gobierno, sino como un ecosistema ético-social más amplio. Para resolver la dificultad del público general de autoinformarse, Dewey sugiere desarrollar un conjunto de instituciones que puedan liderar el proceso de investigación social y su transmisión al público a través de una comunicación pedagógica y artística. Dewey anticipa así la necesidad de conectar con el público a través de las emociones y no sólo a través de información racional. En su apuesta democrática, la prensa debería ayudar a educar al público, y capacitarlo para participar correctamente en la vida pública. La prensa no tiene otra razón de existir, concluye Dewey.
En el entorno digital actual, las aportaciones de Lippmann y Dewey adquieren un renovado valor. Lippmann nos deja como legado la esperanza de poder crear un tipo de empresa informativa, que esté blindada frente a los intereses políticos y empresariales y cuyo principal propósito sea la verdad. Quizás estemos en el momento más oscuro que atraviesa el periodismo, pero hoy hay ejemplos que demuestran que «existe esa prensa». Para ello es fundamental un sistema de buena gobernanza que garantice un método objetivo de fabricación de noticias que los periodistas deben seguir con debida diligencia. Es este método el que contribuiría a definir el perímetro de la veracidad, que no deja de ser un claro mandato constitucional que suele interpretarse de manera subjetiva por parte de periodistas, lectores y gestores. Los riesgos de desinformación están contribuyendo a tomar conciencia de la urgente necesidad de que nos comprometamos como sociedad con empresas periodísticas que garanticen el propósito de veracidad. Una veracidad que no está reñida con la consecución de una línea editorial, pero que alberga una clara separación entre información y opinión, y sirve de contrapeso de poder, no de correa de transmisión. Esa es la voluntad que inspiró al legislador europeo a aprobar la Ley Europea de Libertad de Medios.
El legado de Dewey pone más énfasis en el papel de la educación del lector. Los ciudadanos bien educados, cuando cuentan con la infraestructura de información adecuada, son capaces de llegar a decisiones informadas y a un consenso político, como están evidenciando las nuevas ciencias de la deliberación pública. La protección de la verdad en la democracia digital dependerá de esa compleja interacción entre empresas informativas independientes y ciudadanos ilustrados capaces de trascender, gracias a una auténtica educación liberal, sus propios estereotipos.
es directora de 'Ethosfera' y profesora asociada de la Universidad de Navarra
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