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EDITORIAL

Un riesgo para Ceuta y Melilla

Que el socio prioritario de Washington sea Rabat y no Madrid constituye una amenaza para la posición nacional que Sánchez parece desatender en favor de su batalla política doméstica

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Pedro Sánchez se ha elegido a sí mismo como némesis política de Donald Trump y está permitiendo que se labre –cuando no fomentando– una enemistad que puede tener riesgos para España en el frente económico, pero también en el geoestratégico, como han advertido a este periódico fuentes militares y diplomáticas españolas. La buena relación que mantiene la nueva Administración estadounidense con Marruecos, y lo tensa que está resultando con nuestro país, ponen en peligro la delicada situación de nuestro vecino en lo que respecta al estatus de Ceuta y Melilla, la inmigración y la cuestión de su soberanía. Las ciudades autónomas han sido utilizadas como arma diplomática por Rabat, que mantiene una relación preeminente con Washington desde el primer mandato de Trump. Que esos lazos se estrechen cada vez más al tiempo que Sánchez desatiende la relación de España con EE.UU. solo puede perjudicar nuestros intereses y tener consecuencias para el delicado equilibrio de poder en el Estrecho. Que el socio prioritario de Washington sea ahora Marruecos y no España constituye una amenaza para la posición nacional que Sánchez parece desatender en favor de su batalla política doméstica.

Pese a que mantienen en nuestro país dos bases estratégicas como Rota y Morón, hace ya cincuenta días que Madrid y Washington no tienen relación alguna. Tras la victoria electoral de los republicanos, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, envió una felicitación a la Casa Blanca de la que no ha obtenido respuesta y no parece haberla buscado con especial interés. En todo este tiempo, la Administración Trump no se ha puesto en contacto con España pese a que ha celebrado encuentros con los mandatarios de Francia, Italia, Reino Unido y otros países menos relevantes que el nuestro. En todo caso, la desconfianza de Washington hacia este Gobierno no puede adscribirse, como se pretende, al temperamental carácter del presidente de Estados Unidos y su desconcertante política exterior. La coalición de Sánchez con Podemos nunca fue bien vista por la Administración Biden, que siempre encontró reticencias a la hora de relacionarse con un Ejecutivo en el que estaban presentes partidos como Podemos y Sumar. Las posiciones sobre Irán, Rusia, Argelia y el Sahara de los de Iglesias en un primer momento y después de Díaz, además de la posición antiisraelí de Sánchez, propiciaron unas suspicacias compartidas por Estados Unidos y Marruecos que devinieron en un cambio de equilibrio.

Las declaraciones de Trump sobre España no han sido alentadoras. Ante la pregunta del corresponsal de ABC David Alandete, el presidente situó a España entre los países BRICS –acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– en un error que Sánchez parece querer hacer cierto. España orbita con cada vez más claridad en este entorno. Los ataques del sanchismo hacia el nuevo Ejecutivo de EE.UU. han sido frontales y llevados por una inquina que debe embridarse. Tener un vecino tan complicado y a la vez tan necesario como Marruecos obliga a un ejercicio de contención declarativa y táctica del que Sánchez no se muestra capaz, cegado por las obsesiones antitrumpistas con las que alimenta su política interior tejida a espaldas del principal partido de la oposición y sin dar explicación alguna en el Parlamento. La diplomacia bajo este Gobierno se ha comportado de manera errática e incoherente y ha servido de leña para las hogueras ideológicas y las necesidades parlamentarias del presidente. La hostilidad hacia Washington se entiende aún menos comparada con la suavidad –si no connivencia– con Caracas pero puede tener consecuencias de enorme calado.

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