EDITORIAL
Groenlandia y otros delirios
La visita expansionista de Vance a ese territorio ártico y el escándalo de la filtración 'on line' a un periodista del ataque a los hutíes de Yemen, nuevos hitos de la Administración Trump
En la historia diplomática contemporánea, pocas propuestas han resultado tan desconcertantes como el deseo expresado por Trump de comprar Groenlandia, un territorio autónomo danés habitado por poco más de 56.000 personas, ubicado en el estratégico Ártico. Esta idea traída del siglo XIX, cuando Estados Unidos adquirió Alaska a Rusia en 1867, hoy nos parece una ocurrencia extravagante, pero revela las complejidades geopolíticas que preocupan al poder en Washington. La propuesta de Trump, filtrada en agosto de 2019, no surgió de la nada. Representaba una combinación de ambición territorial, interés estratégico y una concepción de las relaciones internacionales como simples transacciones comerciales. Groenlandia no era un territorio remoto, sino un activo geopolítico de considerable valor que ocupa una posición cada vez más relevante por sus rutas marítimas emergentes y sus minerales escasos. El cambio climático ha transformado esta zona antes inhóspita en un espacio de creciente interés estratégico, especialmente para potencias como EE.UU., Rusia y China, por su acceso privilegiado al llamado Paso del Noroeste, ahora libre de hielos. La visita del vicepresidente Vance y su esposa a este territorio hay que enmarcarla en estas ambiciones de Trump.
La reacción inicial de Dinamarca fue de perplejidad y rechazo. La primera ministra Frederiksen calificó la propuesta de anexión de «absurda». Trump respondió tuiteando críticas contra la mandataria danesa y revelando la fragilidad de las relaciones diplomáticas tradicionales. La visita de los Vance ha sido vista como un paso más. Copenhague denunció la «presión intolerable» a la que se estaba sometiendo a Groenlandia. Finalmente, aunque el vicepresidente se ha sumado al viaje, lo cierto es que su alcance se ha reducido, evidenciando una desescalada. Ya no habrá visita oficial a la capital, Nuuk, sino que los Vance se limitarán a la base militar norteamericana de Pituffik, que los estadounidenses tienen en la isla desde la II Guerra Mundial.
Las presiones han tenido un impacto evidente en las elecciones al Parlamento local del pasado 11 de marzo. El Gobierno groenlandés declaró a comienzos de 2024 que su objetivo era la independencia, pero las palabras de Trump han moderado estas aspiraciones ante el temor de un golpe de mano estadounidense. De hecho, ya se ha alcanzado un acuerdo para formar gobierno que reúne a cuatro de los cinco principales partidos (el 73,3 por ciento de los votos expresados en esos comicios), que rechazan la idea de ponerse al amparo de la bandera de EE.UU. El acuerdo sólo excluye a los independentistas radicales de Naleraq, cuya urgencia por alcanzar la independencia es juzgada como temeraria en las actuales circunstancias.
La visita de Vance se produce cuando el Gobierno de Trump no ha terminado de sofocar el delirante escándalo de la grave filtración de seguridad en torno al ataque a Yemen provocado por el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Michael Waltz, cuya presencia en Groenlandia estaba prevista inicialmente. El caso ha pasado al terreno judicial y un juez federal ha exigido que se conserven las comunicaciones del grupo de Signal que creó Waltz como evidencia. Pero, más allá de las consecuencias judiciales, el Gobierno de Trump ha notado el malestar de unas Fuerzas Armadas que han visto cómo los altos cargos creían que una operación militar de alto riesgo era un mero acontecimiento deportivo (al menos así se comportaron) y el malestar de países como Israel que proporcionaron parte de los datos de inteligencia usados en la operación y que terminaron en el terminal de un periodista.
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