Editorial
El fracaso moral del fanatismo
Desde ABC defendemos que se pueda entrevistar a cualquier persona. El peor monstruo de la historia tiene interés periodístico siempre que se aborde con sentido crítico y resultado veraz
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Iniciar sesiónEl diario ha esperado a ver la entrevista que Jordi Évole realizó a Josu Ternera para poder emitir un juicio fundado. En todo momento se ha prescindido de cualquier opinión previa que pudiera prejuzgar la calidad del documental que se estrenó ayer en el Festival ... Internacional de Cine de San Sebastián y que será distribuido a través de la plataforma Netflix. Después de haberlo visionado, la conclusión es que se trata de un producto frustrado que no arroja más verdad ni otros matices que los que ya eran conocidos: Ternera no es más que un terrorista moralmente arruinado por el fanatismo nacionalista que durante décadas ha arrasado, y todavía arrasa, la conciencia de algunas personas en el País Vasco y en otras partes de nuestro país. Su testimonio no incorpora ningún dato revelador ni expone ninguna perspectiva que permita matizar el único juicio ético que puede realizarse de quien fuera uno de los principales líderes de la sanguinaria banda terrorista ETA. Los intentos que realiza este criminal por dar razón de su infame trayectoria delictiva se demuestran imposibles y cada justificación no hace más que ahondar en la condición execrable de las convicciones que motivaron aquellos atentados.
En el ámbito periodístico, artístico, creativo las censuras preventivas son siempre peligrosas para el sistema democrático. El compromiso con la información y la libertad que asiste a cualquier profesional de la comunicación a la hora de plantear una entrevista requiere siempre del beneficio de la duda. Desde ABC defendemos que se pueda entrevistar a cualquier persona siempre y cuando esa labor periodística se desempeñe desde el respeto a unos marcos éticos que no resultan negociables. Es imperativo reconocer que hay formatos que entrañan una especial responsabilidad y dificultad, pero la pertinencia de una entrevista nunca podrá depender de la calidad moral del entrevistado. Los peores monstruos de la historia tienen interés periodístico. La única exigencia es que el retrato que se ofrezca resulte veraz. Enfrentar a un terrorista como Ternera es una encomienda compleja que, desde su propio planteamiento, hace muy probable el fracaso. El resultado en esta ocasión es decepcionante y el discreto interés del documental contrasta con la expectativa generada. La entrevista a Ternera resulta previsible y la escasa densidad del personaje, en su simple pero superlativa mezquindad, no satisface las expectativas generadas.
Son muchas las cuestiones que todavía deben explicar los terroristas de ETA pero, lamentablemente, ninguna de ellas aparece ni siquiera sugerida en la entrevista. La ceguera moral de Ternera no es un accidente ni es una excepción puntual que pueda explicarse desde una perspectiva personal. Los más de 850 asesinados por ETA, los 2.600 heridos y los casi 90 secuestrados no son víctimas de un fenómeno aleatorio, sino que la violencia exterminadora del nacionalismo separatista se hizo posible a partir de una degradación política y moral del País Vasco que todavía se hace reconocible. El terrorismo es consecuencia de una ideología que hoy goza de un protagonismo creciente y que, desafortunadamente, ha pasado a convertirse en un instrumento activo en la gobernabilidad de España por decisión del presidente del Gobierno. Recordemos que el terrorismo no es la causa, sino el efecto de unas convicciones contrarias al más mínimo orden moral. En 'No me llame Ternera', la ausencia de análisis ideológico y la superficialidad con la que se afronta el perfil dañado de Ternera frustran las posibilidades de un documental que habría tenido que ofrecer mucho más para legitimarse.
Josu Ternera sólo es lo que parece y su larga trayectoria criminal ni siquiera añade dimensión alguna a su miseria. La entrevista sólo expone un discurso pobre, con un razonamiento truncado y fallido, incapaz de asumir cabalmente su responsabilidad y de conectar de forma razonable con la realidad. La entrevista podría haber valido para combatir el sustrato ideológico que alimentó aquel delirio, pero en este documental ni siquiera se enfrentan las conexiones de ETA con muchos de los males que todavía amenazan nuestra calidad democrática. Reactivar la memoria de las víctimas o intentar sanear nuestra opinión pública habrían sido propósitos razonables para una entrevista de este tipo. Sin embargo, este producto audiovisual apenas suma nada a lo ya sabido y se vuelve a perder una ocasión para calibrar cuáles fueron y son las causas ideológicas por las que un hombre puede abandonarse al mal más execrable con la connivencia de al menos una parte de la sociedad.
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