editorial
Fin oficial de la pandemia
Mirar hacia atrás es obligado aunque tenga un severo coste emocional porque sigue habiendo demasiadas inexactitudes, secretismo y puntos ciegos en la pesadilla devastadora del Covid
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Iniciar sesiónDespués de tres años en los que el planeta ha convivido con la «emergencia sanitaria gobal» decretada por la Organización Mundial de la Salud para luchar contra el Covid-19, este organismo ha puesto fin a esa drástica medida. Más allá de ... que a estas alturas casi se trate de un formalismo administrativo sin mayor relevancia porque es notorio que la enfermedad está bajo control dada la eficacia de vacunas y tratamientos, la decisión de la OMS tiene mucho simbolismo. Se da por enterrado un peligro que ha puesto en jaque, durante mucho tiempo y de manera inédita, las libertades, la economía y la fisonomía real de nuestras sociedades, sometiéndolas a una prueba de resistencia que ha cambiado sensiblemente nuestras percepciones sobre la propia existencia. Nunca en la historia reciente un virus había afectado a la mentalidad colectiva, y con efectos tan destructivos, como este que cambió el mundo en 2020.
Son múltiples las lecciones que ofrece esta tragedia para el futuro. No obstante, siguen faltando muchos elementos objetivos para poder analizar todo este triste proceso con solvencia, y tener un mapa amplio y claro sobre la respuesta, porque algunos aciertos indiscutibles se mezclaron con numerosos errores trágicos. Hoy ya no hay ninguna «emergencia sanitaria global» pero sigue habiendo demasiadas inexactitudes, secretismo y puntos ciegos, demasiada oscuridad sobre cómo surgió realmente el virus, cómo pudo propagarse de esa manera y con esa rapidez, sobre la responsabilidad de China en su control o, sencillamente, sobre el número real de personas fallecidas. La virulencia de la enfermedad y su elevado riesgo de contagio fueron inicialmente minusvalorados en muchos países, entre ellos España, y ese fue el primer error garrafal. A renglón seguido, cada país empezó a improvisar medidas de supervivencia que dieron al traste con una política común de lucha contra la pandemia.
El mundo se convirtió en un inmenso mercado negro donde los enseres sanitarios imprescindibles -respiradores, mascarillas, batas, EPI o unos simples guantes- se convirtieron en cuestión de horas en mercancía a precio de oro. La actividad económica se paralizó bajo criterios de miedo real que fundieron los mercados a negro, y se adoptaron medidas de confinamiento tan excepcionales que forzaron hasta un punto nunca visto las previsiones legales de muchas democracias. Es decir, se conculcaron libertades esenciales de los ciudadanos en medio mundo. Y en España, esto se hizo de modo inconstitucional, según se acreditó después en sentencia. Nadie sabía cómo luchar contra una pandemia, es cierto. Pero en España esto fomentó una manera de gobernar basada en el abuso del decreto, la restricción de la actividad parlamentaria y el intervencionismo gubernamental en todos los ámbitos de la sociedad, lo cual tensionó nuestro país hasta empujarlo a una polarización política que aún perdura.
La memoria jamás debería ser corta, débil o selectiva. Puede sostenerse que la pandemia se ha superado al fin, y eso es motivo de satisfacción, pero son muchos los millones de personas fallecidas y afectadas, es amplio el deterioro financiero, y son profundos los cambios de costumbres sociales favorecidas por nuevos tipos de convivencia o por la digitalización. También han aflorado males que antes de la pandemia eran más minoritarios, en forma de daños psicológicos o el aumento de la soledad y la ansiedad. En efecto, ya no hay ninguna emergencia. Pero mirar hacia atrás es obligado aunque tenga un severo coste en términos emocionales porque se trata de vivencias que, para bien y para mal, nunca van a desaparecer de nuestra memoria. Conviene hacer balance de los errores, algunos de ellos son germinales y afectan incluso a la propia OMS, que 1.221 días y veinte millones de muertos después, nos dice que la pesadilla ha terminado.
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